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A pocos días de terminar 2020, los balances del año de la pandemia parecen ser consensuados: el peor año de la historia reciente, pero no todo fue tan malo como muestran los hechos
Todo comenzó en China a mediados de diciembre del año pasado y poco a poco 2020, que ya suspira sus últimos días, se fue tiñendo de una sola palabra: coronavirus. No se ha dejado de hablar ni un solo momento de los estragos del covid-19 en todos los países, incluso se lleva una estadística en tiempo real del rastro de destrucción y muerte que deja cada segundo.
Portales como Worldometers y Center for Systems Science and Engineering de Johns Hopkins University se encargaron de hacer listados pormenorizados del comportamiento y la evolución del virus, incluso países sin muchos recursos de información, acudían a estos focos de compilación estadística para poder comparar el manejo dado a una pandemia declarada en marzo.
Nadie apostaba que la tragedia consumiera todo el año, ni mucho menos que al terminarlo, la vacuna todavía fuera una ilusión para las economías de frontera, las subdesarrolladas y las emergentes. Las teorías conspirativas se han ido tejiendo con gran dedicación y seguramente le harán creer a una ingenua buena parte de la población mundial que se trata de un capítulo inédito de la guerra de aranceles entre Estados Unidos y China; que es una estrategia de las multinacionales de tecnología o una primera plaga del apocalipsis bíblico; todas ideas diseminadas para explicar algo que solo la ciencia y la tecnología podrán aclarar con el paso del tiempo.
El año que cierra su página registra en todo el mundo cerca de 76 millones de contagios oficiales; más de 1,7 millones de muertos; 21 millones de casos activos y un universo de miedo y restricción que ha llevado a que no solo las grandes metrópolis cierren sus pulmones vitales como son el turismo, los negocios y el entretenimiento, sino también a que muchos “ruralistas” les ha dado la razón de que lejos de las grandes urbes está el futuro que ellos han promulgado por años.
Es un año raro que dejará una huella imborrable una vez se supere la crisis sanitaria, se masifique la vacuna y todo vuelva a ser similar a como era antes de marzo de este nefasto 2020, que dicho sea de paso fue un año terrible que dejó buenas cosas para el futuro.
La primera gran herencia es el reencuentro en las casas, la reivindicación de los hogares como lugar de refugio y de protección. Las casas nunca volverán a ser las mismas porque a partir de 2020 las exigencias sobre en dónde se vive, cómo se vive y de qué servicios básicos se depende será una realidad.
Es el regreso a la cueva, a la granja, a la casa, al apartamento, a ese lugar al que hasta antes de 2020 sólo se iba a dormir y a pasar los fines de semana. Sobre esa nueva noción de casa como espacio material, geográfico, bienestar y de calor familiar se construirá el futuro.
Es un imperativo rediseñar las casas, independientemente del concepto de familia que se tenga de sus cualidades o cantidades, en adelante será el regreso del espacio vital, pues el coronavirus ha dejado la enseñanza que hay amenazas presentes que pueden cambiar de rumbo a la humanidad entera.
Se trata de ser conscientes de que preguntar si habrá un nuevo virus en el futuro es caer en algo obvio, la cuestión es cuándo y si para esa ocasión estaremos más preparados que esta vez. El personaje del año, no es el virus, no es el tapabocas, no es un personaje, es un espacio donde vivimos, lo mejor y lo peor de este año.
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