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Se debe hablar más de sector productivo en vez de “sector privado”, pues da la idea de que emprender es apropiarse de lo público desconociendo que es la columna vertebral
Deirdre McCloskey plantea que es la gente la que innova, la que forma una economía y no los gobiernos. Entiende el “viejo sector privado” como el conjunto de individuos, instituciones, organizaciones y grupos que no corresponden al Estado. Esos agentes económicos que no pertenecen a la esfera de lo público, dedicados a actividades lucrativas que se derivan en generación de empleo y pago de impuestos; que a su vez se transforman en inversiones públicas en seguridad, salud, educación e infraestructura y que finalmente se convierten en propiedades del Estado que componen el sector público. Un ciclo virtuoso simple que explica y define el modelo económico de un país en el que las empresas son las que fortalecen lo público por medio de un proceso de productividad total.
Nada más chocante que la expresión “sector privado”; dos palabras completamente excluyentes: “sector” y “privado”, que escritas a renglón seguido desinforman sobre la verdadera naturaleza y papel en la sociedad del mejor denominado sector productivo, compuesto por las familias y los hogares, que pueden estar vinculadas al Estado, pero que juegan roles de consumidores e inversionistas en una economía de mercado. Cuando ese móvil lucrativo es exitoso y se refleja en la comunidad o en el mercado en donde crece, difumina su sector de origen y se confunde con lo público; es más, puede asumirse como una actividad esencial para la sociedad alejada de generar beneficios particulares con su actividad, sino para aportar desarrollo y bienestar; máxime cuando las empresas están listadas en bolsa o son grandes contribuyentes. Cada vez es más frecuente comparar los ingresos de una compañía con el PIB de un país determinado y observar que hay empresas que superan con creces a países enteros. Apple se convirtió en la primera empresa en alcanzar un valor de mercado de US$2 billones, más grande que Suecia, Argentina, Suiza, Arabia Saudita, Países Bajos o Turquía. Pero de quién es la empresa: de miles de millones de consumidores que necesitan sus productos y servicios; de unos inversionistas que rentabilizan su dinero y de unos Estados que materializan con obras los impuestos que pagan. Claramente, es una empresa pública listada en la bolsa de valores que hace rato dejó de pertenecer a la esfera de lo privado para convertirse en pública, de todos.
Cada vez más empresas en todo el mundo ayudan con su buena gestión en transformar el concepto de “sector privado”, pues son detonantes de lo público mediante procesos legales, obligaciones tributarias y colaboración con el Estado, ofreciendo bienes o servicios necesarios para el desarrollo. Los partidarios de economías planificadas o centralizadas en los gobiernos (socialistas), evitan la metamorfosis del sector privado a productivo para mantener el control permanente de la pobreza. El Estado, a través de sus gobiernos, debe dedicarse solo a garantizar e invertir en la seguridad, la salud, la educación y la infraestructura para que esa transformación sea el agente de bienestar social. El camino de Colombia no es distinto a auspiciar el emprendimiento como el motor del desarrollo, de tal manera que garantizando su éxito económico se fortalece lo público y un futuro mejor para todos.
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