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No es nuevo escuchar que en el agro está el futuro de la economía colombiana, pero su desarrollo depende de una institucionalidad a prueba de la voracidad política y la burocracia
En la investigación en las ciencias sociales hay una metodología de estudio científico que es bien complicada de realizar, pero es la más idónea para medir los progresos de las instituciones. Se trata de las investigaciones comparativas: esas que analizan y diagnostican cómo operan y funcionan las instituciones y las miden de acuerdo con sus pares en otros países más desarrollados; es más o menos como funciona la Ocde, el club de la buenas prácticas que le ayuda a los países a medirse entre ellos y compararse con los mejores. Desde hace muchos años se habla de que Colombia puede llegar a ser una de las despensas del mundo gracias a sus condiciones climáticas, los pisos térmicos, la riqueza de los suelos y por tener un sector agropecuario muy subdesarrollado que tiene todo por crecer. El cultivo del café ha señalado desde hace casi un siglo el camino del éxito en los mercados internacionales; el banano le ha seguido lentamente esa hoja de ruta; las flores son de lejos el producto del agro más eficiente en las exportaciones; a esa corta lista se puede sumar algunas frutas y ahora el aguacate. En el frente pecuario y avicultor hay algunas cosas importantes para destacar como las explotaciones de cerdos, pollos y huevos de gallina. En cambio, la ganadería sigue en deuda, tanto en carne como en leche por su baja competitividad internacional. Pero vamos bien y ahora el sector agropecuario es mucho más avanzado que hace dos décadas, pero aún hay una institucionalidad muy pobre en términos de tecnología, baja calidad de investigación científica y mucha politización en las dependencias rectoras del agro. Una de ellas es el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, fundada en 1962 para investigar y ayudar al desarrollo de todas las actividades del agro. Entre sus roles y funciones tiene el control de la sanidad agropecuaria, las medidas sanitarias y fitosanitarias, la orientación de procesos de vigilancia epidemiológica, evaluación, gestión y comunicación del riesgo en la producción primaria. Todas ellas tareas fundamentales para hacer que el campo colombiano sea más moderno y afín a lo que está sucediendo en el mundo.
Cuando se compara el ICA con sus homólogos de México, Chile o Perú, para solo hablar de la Alianza del Pacífico, las cosas no salen bien. El desarrollo de esos países en investigación, vigilancia y control del agro es de marca mayor, mientras en Colombia seguimos sin certificaciones para fiebre aftosa, con rebrote de hongos en el banano y sin poder tener un sector lácteo de exportación. Incluso, ni siquiera se han podido erradicar los “lecheros”, esos camiones que aún transportan leche cruda, una práctica obsoleta que atenta contra la salud de los colombianos. El ICA es tan importante con la Dian y el Invima, pero se tiene olvidado que es la entidad que lidera el desarrollo de acuerdos y negociaciones internacionales en materia fitosanitaria y zoosanitaria para la apertura de nuevos mercados. El Ministerio de Agricultura y Planeación Nacional- en cabeza del Gobierno- deberían hacer una plan para llevar al ICA a otro nivel de desarrollo; el sector agrario necesita una entidad idónea en solucionar problemas fitosanitarios que afectan los sistemas de producción.
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