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Pleito por la isla Santa Rosa
En el territorio colombiano hay una docena de pueblos y rincones olvidados con el nombre Santa Rosa, una necesaria reivindicación a las víctimas del olvido centralista
No hace mucho tiempo, entre septiembre de 1932 y junio de 1933, Colombia libró una guerra declarada al Perú por diferencia de límites en el territorio amazónico. El intercambio de disparos, con el saldo de unos 2.000 muertos, se libró en la cuenca del río Putumayo el municipio de Puerto Leguízamo y la hoy capital del Departamento del Amazonas -el más grande Colombia- Leticia; disputa que se zanjó en el marco del Protocolo de Río de Janeiro y argumentado en el Tratado Salomón - Lozano.
Sucede que ahora, el Congreso de Perú aprobó un proyecto que habilitó la creación del distrito de Santa Rosa, en el departamento de Loreto, que colinda con la triple frontera que se conecta con Colombia y Brasil; se incluyó la isla, que en los mapas aparece del lado de la frontera peruana, pero que según el Gobierno Nacional, está mal interpretado y es territorio colombiano.
El protocolo de Río de Janeiro era una continuación del Salomón - Lozano, que puso punto final a los impasses y conflictos que había tenido Perú y Colombia, lo que buscaba era cerrar los conflictos y delimitar, los límites territoriales. Es un territorio con grandes dificultades para establecer un límite debido a su ubicación geográfica, los recurrentes impactos ambientales, aluviones e imperceptibles retiros de las aguas, que sumados generan espacios sin límites establecidos.
El Presidente de Colombia argumenta que “en cumplimiento con su deber constitucional de defender los intereses del pueblo, se permite declarar que: la denominada Isla de Santa Rosa junto con otras formaciones fluviales no han sido asignadas a ninguna de las dos repúblicas”, lo que con justificación debe llevarse a tribunales internacionales para evitar el deterioro de las relaciones de países vecinos.
Lo primero que hay que decir es que no hay nada más ridículo que dos países subdesarrollados, con enormes problemas crónicos, hablen de guerra, levantando una cortina de humo a sus situaciones estructurales de pobreza y narcotráfico, problemas sociales enquistados en la región que hoy son el cordón umbilical de los países amazónicos, incluyendo a Ecuador, Brasil, Perú y Colombia, un puñado de gobiernos que no han sido capaces de arrebatarle la tierra que muchos colonos destinan a la siembra de hoja de coca, mientras que los más informales destrozan la selva talando los bosques y desplazando la fauna y la flora de la que se enorgullecen desde las capitales.
Hay que dejar que sea un tribunal internacional que revise la trama de Santa Rosa, que se vaya a la Corte Internacional de La Haya si el tema escala, pero que no se usen nacionalismos oscurantistas para tapar incompetencias tanto en Lima como en Bogotá.
En Colombia hay más de una docena de “santa rosas” a las que el centralismo no les pone cuidado, lo mismo ocurrirá en Perú; hay asuntos mucho más estructurales en términos de presencia de los gobiernos que pelear por un aluvión que puede estar presente en 2025, pero no en 2040, en una zona susceptible a cambios geográficos.
Si se atienen a las imágenes de la novísima isla de Santa Rosa, lo único que se ve es miseria, quizá sea un puñado de barro estratégico, pero aún no es claro para quién ni para qué. Son más importantes las “santa rosas” capturadas por las guerrillas narcotraficantes en Cauca, Catatumbo o Arauca; misma lectura que se puede hacer desde el vecino país.
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