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Los debates económicos brillan por su ausencia y los candidatos solo tienen lugares comunes y oportunismo electorero.
Todos los candidatos a la Presidencia de Colombia son muy formados en asuntos económicos. Santos no solo estudió economía y administración en la Universidad de Kansas, sino que tiene una maestría en economía en London School of Economics y un máster en administración pública de Harvard. Además, fue ministro de Comercio y Hacienda. Peñalosa se graduó en economía e historia en Duke, tiene maestría en Institut International d’Administration Publique y es doctor de la Universidad de París II. Zuluaga es economista javeriano y exministro de Hacienda; López es economista de Harvard y candidata a doctor de la Universidad de Salamanca, y Ramírez es abogada javeriana especializada en derecho comercial y fue ministra de Defensa y Comercio, además de senadora.
Sin lugar a dudas, todos ellos profesionales idóneos en lo académico y en lo práctico para llevar las riendas del país económico, eso si los electores acompañan sus ideas. Pero sus hechos políticos y propuestas diferenciadoras durante esta campaña a la presidencia brillan por su ausencia. Todos creen que los impuestos son necesarios, que se tributa poco y que se necesita aumentar el recaudo, pero no tienen la fórmula práctica para llevarlo a cabo, se quedan en la exposición de motivos y en hablar de una reforma tributaria estructural. Todos son amigos de los tratados de libre comercio, pero de unos más que otros, generando confusión. Coinciden igualmente en que las exportaciones son importantes, pero no tienen clara una política de estímulos al comercio exterior, pues a ratos hablan de salvaguardias y de intervención a los efectos colaterales de los TLC.
Otros invocan intervenir la tasa de cambio, atropellando con su comentario ligero la independencia del Banco de la República en esas labores, y hasta ofrecen volver a los tipos de cambio ficticios que le brinden competitividad a los exportadores y condenen las importaciones. Si bien todos han sido jugadores económicos en algún momento de sus gestiones públicas o privadas, son mesiánicos al ofrecer soluciones mágicas para los industriales y para las actividades empresariales que quizá ya no tiene cabida en nuestro sistema económico, como ensamblar carros por ejemplo. No hay propuestas económicas disruptivas que puedan calificarse de innovadoras, no hay cambios estructurales al sistema y abundan las contradicciones.
Pero lo que más confunde a los empresarios es que se montan en las soluciones agrarias con ligereza, todo por la efectividad que tiene hablar de subsidios, de revolcón agrario y de hacer al campo colombiano el epicentro del nuevos desarrollo. Pero ¿cómo lo van a hacer? Justo allí cambian de tema.
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