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EDITORIAL

Las guerras semánticas del conflicto colombiano

martes, 14 de julio de 2015
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El país urbano patina en discusiones legalistas que en nada aportan a la solución del conflicto que siempre castiga a las  regiones rurales.

La Colombia de hoy es una Nación formada sobre los cimientos del santanderismo que florecieron a principios del siglo XIX y que se oponían claramente al populismo, militarismo y a los aires monárquicos reinantes del bolivarismo de la época. Eran tiempos en los que las normas, las reglas y las leyes brillaban por su ausencia. Francisco de Paula Santander creía en la legislación y el marco constitucional para el nuevo país, mientras que Simón Bolívar quería continuar su proyecto de liberar más países en el continente. En Colombia triunfaron las ideas afines a Santander, pero con el paso de los años ese logro se convirtió en un nuevo problema. Veamos por qué: los colombianos esperamos mucho de los debates políticos sin fin; de las instituciones físicas; del Estado de Derecho; de las ejecutorias administrativas de los gobiernos, entre otras; situaciones como el civilismo o respeto por la Constitución y la Ley. Y en esa suerte de acontecimientos nos ensartamos en debates semánticos sin fin,tales como los presentes en los diálogoscon la guerrilla en La Habana.

¿Desescalamiento o cese el fuego bilateral? ¿Estado de derecho versus estado de opinión? ¿Derecho Internacional Humanitario o Estado de derecho? ¿Justicia transicional o indulto? ¿Indulto y justicia transicional militar? Toda una batería de temas complejos que pueden gastarse un siglo más para lograrse acuerdos duraderos que le permitan a los colombianos vivir en paz. Es cierto que hasta la guerra tiene reglas y que hay que cumplirlas de cara a un mundo globalizado y que cualquier acuerdo de dos bandos en guerra debe ser avalado por tribunales internacionales. Pero los colombianos no podemos estar condenados a más años de conflicto marcados por las ‘guerras semánticas’ donde nadie se pone de acuerdo en los términos de las situaciones anómalas.

Hay que abonarle al Presidente de la República las buenas intenciones de romper con el ciclo de la violencia que nos viene desangrando desde hace unas seis décadas.Su propuesta de fin del conflicto es válida y merece todo el respaldo, pues hay generaciones completas de colombianos que no han vivido ni un solo año de paz. Cadaque el Presidente y sus negociadores en La Habana logran un paso en el avance de las conversaciones con los guerrilleros, el país político, el país mediático, el país de los opinadores con razón y sin razón, se revuelven y se enredan en medio de avalanchas de comentarios y acciones descalificadoras que en nada contribuyen al clima de entendimiento social que todos queremos. No podemos seguir siendo la sede del conflicto más viejo y sangriento de este continente, ni podemos seguir aferrados a que en esta guerra interna podrá haber un vencido. Tal como lo dijo el Papa Francisco: “oremos para que el procesode paz en Colombia llegue a buen término”. 

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