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Recaudo tributario
El recaudo caído y un director de solo siete meses destapan el peor momento que ha vivido el cobro de impuestos en la historia reciente, crisis que puede ser más caótica de lo esperado
Durante la primera administración de Álvaro Uribe (2002-2006) se logró quitarles el cobro de los impuestos a los barones electorales de entonces, quienes habían hecho de la tradicional Dirección General de Impuestos una cueva de corrupción que poco a poco se fue limpiando, hasta que el país pudo entrar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Ocde, que le permitió nuevas prácticas tributarias y le impuso compararse con los sistemas tributarios más efectivos de las principales economías del mundo.
Pero la renovada Dian del siglo XXI nunca logró hacer una reforma tributaria estructural que simplificara el abultado Estatuto Tributario, epicentro de todas las ineficiencias y mina de oro de todos los contadores y abogados tributaristas, hasta no poder evitar que cada año y medio se tramitara una nueva reforma tributaria para tapar los huecos del presupuesto y financiar un aparato estatal que no ha podido racionalizarse.
Guardadas las proporciones, quienes han liderado la Dian han sido técnicos unos más efectivos que otros, pero en líneas generales habían podido alcanzar las metas de recaudo con eficiencias administrativas, buenas negociaciones y un tímido ataque contra la evasión.
La Dian de hoy se ha apartado del camino de eficiencia que se había construido años atrás y ha caído en uno de los peores desgreños de la historia. En términos de ejecución, recaudo, administración, modernización y eficiencia, la entidad en tiempos del presidente Petro ha caído en el fondo del pozo de la inoperancia para alegría de los evasores, felicidad de los elusores y tristeza de los contribuyentes tradicionales.
Consciente de este caos sin precedentes, el Presidente de la República le pidió la renuncia al director actual de la Dian, Jairo Orlando Villabona Robayo, luego de siete meses en un cargo que nunca entendió y que dilapidó. De la Casa de Nariño se dijo que entre las razones de la decisión se encuentran las dificultades presentadas en materia de recaudo tributario.
A noviembre, el recaudo bruto fue de $249,7 billones, aportados esencialmente por el impuesto de renta con $88,3 billones. Las ventas aportaron $56,9 billones (22,8% de participación), mientras que aduanas aportó $36,9 billones (14,8%) y otros $67,5 billones (27%). En cuanto al recaudo mensual recogido en noviembre del año pasado, la bolsa se situó en $25,9 billones, aportado sobre todo por el impuesto de renta con $8,5 billones (32,9% de participación) y a las ventas que aportó $8,5 billones (34%). El restante se deriva de aduanas ($3,9 billones) y del recaudo de otros ($4,6 billones).
Las cifras son muy malas si se tiene en cuenta que la meta para este año debería estar por encima de los $300 billones, un monto que de lejos no se va a lograr y que mostrará un déficit que supera los $30 billones. Entre las razones del bajo recaudo del año pasado y las proyecciones para 2025 siempre fueron esgrimidas la deducibilidad de las regalías en la Corte, argumentando que antes, las regalías no se podían deducir, ahora sí, eso tuvo un impacto de cerca de $6 billones, proyectado en el recaudo para el año pasado.
Otro argumento fue el de los arbitramentos: la Dian tenía contemplado que muchas de las deudas se iban a llevar a arbitramentos y había un estimado de $10 billones, finalmente no pasó y también quedó por fuera, arruinando las cuentas de los directores. Es bien complicado que en poco tiempo se enderece el plan estratégico del recaudo nacional, mientras que el Gobierno se queda sin caja.
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