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EDITORIAL

La decisión noruega y el futuro del petróleo

martes, 21 de noviembre de 2017

El fondo soberano noruego decidió diversificar inversiones petroleras y prepararse para un futuro de bajas emisiones sin mucho crudo

Editorial

El boom del petróleo del Mar del Norte y de los países escandinavos se da como consecuencia de la crisis política del Medio Oriente en 1973, época en la que un barril de crudo pasó de US$2 a US$30 en los años siguientes. Todo fruto del gran embargo que hicieron los principales productores árabes a los consumidores occidentales, especialmente a los norteamericanos. Desde entonces el mapa petrolero cambió para bien y para mal.

Para bien surgieron otros jugadores geopolíticos en el sector, como fueron Noruega y Dinamarca que desde entonces han gozado de las mieles de tener petróleo, pero ante todo, de saber sincronizar esta riqueza primaria con el ahorro y la inversión social. Antes de la crisis de mediados de los 70, Noruega era un pequeño-gran país dedicado a la pesca, la extracción maderera, entre otras actividades, casi olvidado en los extramuros de los suecos y daneses, quienes poco o ningún juego le daban en el concierto internacional manufacturero o industrial. Situación que cambió entre los 80 y 90 cuando el país emergió con gran fuerza como modelo de desarrollo de hidrocarburos.

Desde esa época, Noruega invirtió el dinero de la renta de su petróleo y gas en un gigantesco fondo soberano calculado en unos US$800.000 millones, convirtiéndolo en una cuenta de ahorros sin precedentes en la historia de la humanidad. La semana pasada el gobierno noruego sorprendió al mundo -en particular a los países petroleros- al anunciar que se desmontarán de las reservas de petróleo y gas con el objetivo de diversificar las inversiones; una decisión que no quiere decir otra cosa que saldrán de dichas inversiones por no es estratégicas para su futuro. Eso puede entenderse de dos maneras: una, para verdaderamente diversificar dada la dependencia del Estado de los combustibles fósiles; dos, porque han estudiado que el negocio del petróleo ha entrado en una bajada inevitable.

Sea cualquier el motivo de la decisión estratégica, los noruegos le están diciendo al mundo que “hay que prepararse para un futuro de bajas emisiones de carbono”. Una noticia que en Colombia debe tener gran impacto, pues por estos días hacemos fiesta de que el crudo está regresando por los tiempos de buenos precios, léase superior a los US$60 por barril. Los noruegos engordaron un fondo soberano que casi duplica el valor del PIB colombiano, en tiempos de vacas gordas, ahora ven cómo el flujo hacia el fondo no es el mismo y quieren encontrar en el mercado nuevas formas de mantenerlo boyante, dado que el fondo está financiado por los ingresos del Gobierno provenientes de petróleo.

Pero una cosa es “Dinamarca y otra Cundinamarca”: vender acciones relacionadas con empresas petroleras o gacíferas públicas, tal como lo ha hecho el Banco de Noruega, no solo es una manera de reducir la exposición a los precios del petróleo, sino emprender otro camino más afín a la nueva economía y los retos de la globalización. Eso no quiere decir que Colombia deba sacar todos sus intereses estratégicos de empresas como Ecopetrol o Reficar, pues las necesidades de inversión social de los países son distintas, el tamaño de la población es muy diferente, el grado de desarrollo es distinto, la competitividad es otra, pero ante todo, la confianza en los gobernantes de los dos países es casi que antagónica.

Colombia aún depende del petróleo, solo que esta vez sí debe hacer las cosas bien.

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