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EDITORIAL

El futuro de las redes se basa en la confianza

martes, 29 de noviembre de 2022

Es un hecho que de aquí a 2030, el valor de las redes sociales no será distinto a la creación de confianza y credibilidad entre sus usuarios, quienes las asimilan como un servicio público

Editorial

Una de las noticias económicas del año es el cambio de dueño de Twitter, esa red social nacida en 2006 bajo la disruptiva fórmula del microblogging, mensajes cortos, cargados de opiniones con la oportunidad de ser retrolimentados, ampliados o comentados por sus receptores. Su cofundador, Jack Dorsey, fue el responsable del fenómeno social de esta red, la preferida por los empresarios, políticos y periodistas, quienes la usaron en masa no solo para enterarse de la actualidad, sino para participar en las discusiones cotidianas.

Su mayor influencia se dio hace poco más de un lustro cuando se convirtió en el escenario de las tendencias informativas en todos los países, incluso fue el epicentro en las últimas revueltas sociales, políticas y durante la misma pandemia. Los regímenes de gobierno totalitarios y los países en tiempo de elecciones temen el universo tuitero porque marca y define el estado de la opinión pública sobre los asuntos cruciales de un país. Twitter es quizá la red social más influyente en el universo de los gobernantes, periodistas y empresarios, por tres características fundamentales: brevedad, (“Lo bueno si breve dos veces bueno”); libertad, (“En un estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”) y retroalimentación, (“La experiencia del cliente es el próximo campo de batalla competitivo”). Twitter nunca fue ni ha sido un buen negocio, si bien su modelo de negocio satisface solo la necesidad informativa de unos 220 millones de usuarios activos cotidianos, a la hora de monetizar su influencia política y económica los números no han acompañado la red social.

De tal manera que cuando el todopoderoso, Elon Musk, lanzó una oferta pública de acciones hace un año, su volumen de negocios de casi US$5.000 millones durante 2021, según su valor en bolsa, no pudo reaccionar ni conseguir el dinero para mantener la propiedad. Y si ha eso se suma que nunca pudo monetizar los millones de tweets en ingresos, su sentencia está echada y el renacimiento Ave Fénix, aún está en espera. El grueso de la publicidad no le llega a la multinacional estadounidense porque los ingresos se quedan en los tuiteros más avivatos que cobran por sus tweets promocionales sin pagar un porcentaje ni advertirle esa situación transaccional a los consumidores, además no ha logrado seducir grandes marcas por el acento anárquico de la red: racismo, anonimato, terrorismo, sexo, injuria, calumnia y todas las armas de daño reputacional en boga por estos años.

Hay algo estratégico y de negocio por desarrollar en Twitter que solo está viendo Musk y Donald Trump, el expresidente de Estados Unidos que mató a las anacrónicas conferencias o ruedas de prensa desde su cuenta y que copiaron millones de políticos en todo el mundo. Solo un tweet ha sido necesario para comunicar asuntos de Estado, para destituir un funcionario o para anunciar un gran avance de la ciencia y eso no va a cambiar, generar tendencias informativas desde un puñados de tuiteros confabulados es un práctica evidente que puede caer en desuso. Pero el mayor problema de la red social del pajarito es que tiene un aroma y acento a obsolescencia generacional; si Tik Tok está moda entre los jóvenes, Instagram entre las celebridades y Facebook es demasiado popular para los influyentes, Twitter se ha quedado pegada entre adultos contemporáneos pasivos que no entienden las nuevas maneras de consumir y generar información.

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