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EDITORIAL

El administrador de pensamiento guerrillero

domingo, 10 de febrero de 2013
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No es malo ser anarquista o de pensamiento rebelde en asuntos públicos, el pecado es ser un gerente caótico y desordenado

No es malo ser anarquista o de pensamiento rebelde en asuntos públicos, el pecado es ser un gerente caótico y desordenado
 
Dice Henry David Thoreau en su texto clásico, Del deber de la desobedicenia civil: “de todo corazón acepto el lema de que el mejor gobierno es el que gobierna menos, y me gustaría que fuera honrado con más diligencia y sistema (…) por lo cual también creo que el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto”. Por estos días que se empiezan a agitar los movimientos en pos de la Casa de Nariño y que los diálogos de la paz parecen encaminar hacia buen puerto, es preciso recabar sobre la importancia de que las ideas de izquierda ganen espacio para estar al frente de los gobiernos, con el objetivo de que todas las vertientes ideológicas puedan hallar el resultado de toda democracia sana, que es administrar los bienes públicos y aplicar modelos económicos en favor del desarrollo y el bienestar de las personas.
 
Colombia es un país ajeno a los populismos más recalcitrantes vistos en varios países de la región. Pero no ha estado exento de estas facetas políticas en alcaldías y gobernaciones. Incluso, varios fenómenos políticos en la capital, bien nos han mostrado que la ciudad principal es una urbe libre partidista que se seduce por las ideas de centro izquierda que han permitido tener alcaldes atípicos como Mockus, Garzón, Moreno o Gustavo Petro. Peñalosa era más del establecimiento tradicional.
 
Algunos de esos personajes le enseñaron a Colombia a pensar en pasos peatonales en las vías; a ser tolerantes al conducir un auto; a preocuparse por la alimentación de los niños en las escuelas; a pensar en el espacio público para la gente; en ciclovías; bibliotecas, etc. Toda una artillería de políticas públicas en función del ser humano. Incluso sus iniciativas fueron copiadas en varias capitales departamentales y en ciudades de países cercanos. Por eso el nombre del actual alcalde entró con facilidad, pues Bogotá ya había experimentado con personajes similares y había ganado. Pero qué desilusión temprana -hasta ahora- de todo lo que ha hecho y deshecho.
 
Es un administrador público de pensamiento guerrillero en el mejor sentido de las palabras. Los lunares hasta hoy han sido grotescos y ha demostrado que para llegar a una alcaldía, por pequeña que sea, se debe saber administrar. El pensamiento guerrillero lo tienen los grandes innovadores y casi todos los profesionales de artes liberales, y ese talante anarquista es necesario en una ciudad tan poco humana y carente de civismo. En los asuntos de las basuras, el tira y afloje con los constructores por las licencias, el Transmilenio al Aeropuerto y las viviendas gratis de Vargas Lleras, son posturas extremistas que lo llevan al límite del pensamiento radical.
 
La democracia le ha dado una oportunidad que no puede dilapitar y consigo destruir la confianza, la esperanza y los atisbos de bienestar construido hasta ahora. Petro tiene tiempo de rodearse bien, de oír a quienes le ayudaron en su plan de desarrollo para que ganen él y la ciudad. No puede dar bandazos y mucho menos utilizar el poder que se le ha dado en las urnas para irracionalmente atravesársele al desarrollo colectivo. La Alcaldía no es para ahondar en la lucha de clases ni para ‘joder’ a los empresarios, es para construir una ciudad mejor y una sociedad son odios y rencores.
 

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