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ANALISTAS

Una organización en busca de propósito

lunes, 6 de abril de 2015
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Hugo Chávez, quien sufría de un severo caso de diarrea verbal, era experto en crear organizaciones internacionales con acrónimos sonoros: Alba, Unasur, Celac y hasta una monea propia, el Sucre, que reemplazaría al dólar.

Todo este esfuerzo gramatical ha sido inútil en el mejor de los casos y perverso en otros: las aventuras internacionales del pequeño napoleoncito de Sabaneta le costaron a su país billones de dólares, en lo que debe ser la dilapidación de riqueza más grotesca de la historia latinoamericana. 

Paralelamente a la sopa de letras chavista, un grupo de presidentes afines creó una organización, lanzada en 2011, cuyo objetivo era una mayor integración regional a través de la “libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas”, o sea del libre comercio. 

La ‘Alianza del Pacífico’ nunca se planteó explícitamente como un contrapeso a Mercosur o a las demás organizaciones del socialismo del siglo XXI. Sin embargo, era claro para todos que, dado el talante liberal de los presidentes de la primera Alianza (Piñera, Santos, Calderón y Alan García), la propuesta no sería precisamente una plataforma anti yanqui.

De hecho, dos de los cuatros miembros, Chile y México, son los únicos miembros latinos de la Ocde y los otros dos, Colombia y Perú, firmes aspirantes a ingresar al “club de las mejores prácticas”, que es también aunque no lo digan, el club de los países occidentales. 

Con nueve cumbres presidenciales después de su lanzamiento, y otra más por venir en junio de este año en Urubamba, la Alianza enfrenta una particular coyuntura que partirá en dos su futuro. O se catapulta como el principal mercado regional y se convierte en una verdadera plataforma de integración, al estilo de la Unión Europea, o se condena así misma a la irrelevancia, un acrónimo más en el panteón de iniciativas latinoamericanas fracasadas.

Hasta ahora el proyecto más avanzado de la iniciativa, el Mila, es un reflejo del potencial de la integración pero también de las limitaciones y dificultades prácticas de su implementación.

El Mila crea el mercado bursátil más grande de la región, superando al Bovespa, con más de un billón de dólares en market cap y 750 instrumentos negociables. Sin embargo mas allá de los anuncios, lo cierto es que las operaciones son muy difíciles debido a las numerosas asimetrías regulatorias y hasta la fecha las autoridades locales no logran ponerse de acuerdo en un marco común legal. Por el momento los volúmenes de transacciones han sido decepcionantes, al igual que el rendimiento de las bolsas de los países miembros.

Por otra parte, también se debe tener en cuenta que las economías del bloque tienen pocas sinergias. La única con una base industrial significativa, la mexicana, se encuentra engranada desde hace décadas con las economías del norte por cuenta de Nafta. Chile es una economía exportadora de nicho, exitosa pero limitada. Perú es dependiente en la exportación commodities mineros y Colombia es más diversificada pero poco competitiva. 

Desarrollar cadenas productivas industriales entre los miembros no es tan fácil como parece. La “Factoría Asia” picó en punta y competir con las economías de escala de la China es prácticamente imposible. De todas formas, la región todavía puede ser un importante hub de servicios y sus fortalezas como productor de commodities no se deben subestimar.

Hace algunas semanas The Economist afirmaba que la Alianza carecía de una agenda común más profunda y visionaria. La verdadera integración pasa usualmente por la creación de un marco jurídico supranacional y de instituciones que lo implementen. Lamentablemente, los miembros hasta ahora se limitan a proponer embajadas comunes en países como Ghana, o programas de becas y planes de emprendimiento para pymes, iniciativas loables pero en el fondo irrelevantes.

Para esa gracia es mejor que los presidentes se ahorren el viaje a Urubamba el próximo verano.

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