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Reflexiones sobre un comercio “vueltiao”

lunes, 21 de enero de 2013
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Hace unas semanas escuché a uno de los mejores periodistas radiales del país criticar enérgicamente la importación desde China de réplicas baratas de los famosos sombreros vueltiaos colombianos. Poco después, la Presidenta del Polo Democrático calificó la entrada a Colombia de los sombreros como un atentado contra el interés nacional, a lo cual se sumaron voces de otros sectores políticos. Fue solo cuestión de horas para que la “denuncia” a este suceso comercial despertara la solidaridad de indignados adeptos que exigían por las redes sociales que se tomaran cartas en el asunto. Ante ello, el Ministro de Industria y Comercio salió al paso a las críticas, de manera complaciente y precipitada,  anunciando trabas a la comercialización de los satanizados sombreros chinos.

 
Lo primero que cabe mencionar es que dicha importación no es, bajo ninguna circunstancia, una tragedia nacional. La razón es que los sombreros chinos y los colombianos no son el mismo producto: difieren en calidades, materiales, precios y mercado objetivo. Quien compra un sombrero vueltiao producido por nuestros artesanos adquiere un bien de lujo, pagando más de $100.000 por ello. Este tipo de consumidores conforman un nicho de mercado altamente especializado, difícil de tentar por alternativas de menor calidad. Entretanto, quien no pueda comprar un sombrero de este perfil, podrá ahora llevar una versión de la insigne prenda colombiana por tan solo $15.000 pesos, aunque con propiedades inferiores. ¿Es acaso distinto a lo que ocurre con los celulares, la comida o la ropa? No. El comercio permite la sana discriminación de mercados y con ello la provisión de bienes y servicios para todos, y no solo para unos cuantos. En este sentido, la libertad comercial es un poderoso mecanismo de justicia social. 
 
De otra parte, es inconsistente mantener un discurso de agresividad comercial hacia mercados internacionales al tiempo que se estudian medidas restrictivas a la importación y a la competencia en el mercado doméstico. Colombia no puede firmar infundadas medidas proteccionistas con el mismo bolígrafo con el que firma los tan anunciados tratados de libre comercio, que se han vendido como una de las grandes conquistas de este gobierno. 
 
En lo que sí le asiste la razón al ministro Diaz- Granados es que se debe monitorear si en algún momento los sombreros chinos se hacen pasar engañosamente por los originales colombianos. De ser este el caso, nos encontraríamos frente a una situación de publicidad engañosa, que debe ser corregida y sancionada por la Superintendencia de Industria y Comercio. Hacer un sombrero de similar apariencia al colombiano, pero de plástico, no es ningún delito. Lo inconveniente es que se importe de contrabando, o que se mienta sobre la denominación de origen, el sello de “hecho a mano” o se diga que el producto cuenta con fibras naturales cuando son sintéticas. 
 
En mi opinión, la estrategia comercial de nuestros artesanos no debe ser el mantenimiento de un mercado doméstico artificialmente cautivo, sino la segmentación de mercados y el aprovechamiento de nichos con disposición a pagar más dinero por un producto de mejores especificaciones, como el nuestro. La ruta de la competitividad no es el costo, sino el diseño y la calidad, que es lo único con lo que se puede mantener una prima sobre los precios que repague el valor agregado. Y dado que en Colombia son pocos los que pueden comprar este producto, el otro gran reto es encontrar más consumidores alrededor del mundo para este tipo de bienes. Es claro entonces que el comercio, lejos de ser una amenaza para nuestros artesanos, es la gran oportunidad para su subsistencia. 

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