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ANALISTAS

¿Prefiere invertir en máquinas o en gente?

lunes, 4 de agosto de 2014
La República Más
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En una reciente reunión de directores y consultores de Recursos Humanos, discutiendo sobre los nuevos procesos del Ministerio de Trabajo y de sus visitadores,  una de las presentes dijo que “cada día encontraba más directivos de empresas que preferían tener máquinas que gente”. Esta es una vieja apreciación que yo he mantenido a través del tiempo y que pierdo de vista por momentos para luego volver a aparecer como ocurrió en esta reunión. 

Y vista así, en principio, esta afirmación tiene mucho sentido.

 Las máquinas tienen varias ventajas sobre las personas: son, en general, predecibles; su producción es constante; si se mantienen adecuadamente funcionan por períodos largos sin enfermarse; no son especialmente respondonas;  y, tienen un costo fijo que podemos pagar de una vez o mediante alguna modalidad de crédito. 

Todas estas ventajas llevan, sin duda, a una vida empresarial más tranquila pero esta es precisamente la desventaja de las máquinas. 

El no ser predecibles, en el sentido “maquinal” del término es la base de la creatividad y de la innovación de las personas. La falta de constancia es lo que permite que las personas incrementen su productividad en el tiempo. La enfermedad puede ser un síntoma de cosas que no funcionan bien en la persona, pero también de cosas que la empresa no está haciendo bien y que de corregirse pueden ayudar a mejorar el ambiente de trabajo. El costo de las personas puede hoy ligarse a su productividad de manera que el beneficio sea mutuo: la persona gana más en la medida en que hace más rentable a la empresa.

Y las personas son respondonas, cosa que los empresarios y directivos de empresa deberíamos agradecer todos los días. El progreso de las empresas está ligado de manera sustancial a esta característica humana que denota el inconformismo con el “status quo”, con las cosas como son y como han sido siempre. 

Las empresas, como los países, que carecen de accionistas, empleados, clientes o proveedores  respondones se quedan estancadas en el tiempo.

Uno de los maestros del periodismo moderno,  Ryszard Kapuściński, en su libro “El Imperio” sobre la antigua Unión Soviética trae una anécdota sobre un avión que en camino a Vorkutá donde debían arribar en plena noche desciende a la luz del día en Syktyvkar sin que nadie dé explicaciones y, lo que es peor, sin que nadie pida explicaciones. La conclusión de Kapuściński es radical: “…la civilización que no hace preguntas, que coloca fuera de su marco el mundo de la inquietud, del criticismo y de la búsqueda, es una civilización paralizada, estancada e inerte.”

Cambien la palabra civilización por organización o empresa y la conclusión será la misma.

Volviendo a la disyuntiva inicial: ¿máquinas o personas? Mi conclusión es que esta disyuntiva no existe. Entre más máquinas tenga la empresa posiblemente no requiera más personas pero las que requiera sí deben ser mejores no solo para operar las máquinas sino para distribuir y vender el producto de las mismas. Al fin de cuentas la utilidad está en función no de la producción de las máquinas sino de la rotación del capital invertido en las mismas, y esta rotación depende de personas. Y entre mejores sean las personas, en términos de conocimientos, habilidades y actitud, más respondonas (en el buen sentido del término) tienen que, o tienden, a ser. 

Otra cosa es que el Ministerio de Trabajo con sus inspectores esté generando, de manera consciente o inconsciente, animadversión hacia generar empleo, lo que es inicio de otra reflexión. 

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