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Lo que pasa en Kenia, se queda en Kenia

sábado, 11 de febrero de 2017
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Puede ser que la frase con la que se ha titulado este texto sea más famosa (y jocosa) cuando se hace referencia a Las Vegas (Nevada), a raíz de la publicidad sugerida por la agencia R&R Partners en 2003. Sin embargo, todo apunta a que tal sentencia aplica para la situación que hoy padecen cientos de miles de keniatas. En el país africano están pasando cosas de las que muy pocos se enteran. Sin embargo, lo más grave es la real indiferencia de quienes conocen la situación.

Si bien el problema de la hambruna en el continente africano descansa sobre múltiples causas; el factor climático, el despojo y la corrupción son temas inherentes a la crítica situación. Lo particular del fenómeno aparece cuando se retorna a lo que alguna vez se aseguró por cuenta de organismos internacionales, cuando se dijo que “las muertes por hambre y sed se habían acabado” en el país. Por lo menos, así fue expresado en 2013 por una empresa francesa (Radar Technologies International), cuando precisó junto con la Unesco, que ya no habría más sequías en la región de Turkana (norte de Kenia).

Hoy, la evidencia enseña que poco ha cambiado allí. La crisis persiste. Día a día mueren indiscriminadamente personas y animales a causa de la falta de agua; pero pocos medios hacen difusión de la penosa situación. Mucho menos se ve la bandera tricolor del país en las redes sociales, representando la tragedia que, por cierto, no sólo impacta a Kenia, sino además a Etiopía y Somalia.

La citada causalidad, que también incluye al calentamiento global (ahora ignorado por muchos), generó un problema de grandes proporciones en toda la región del Cuerno de África. Sólo en Kenia, la FAO tiene registros de alrededor unas 1,3 millones de personas en situación crítica, fundamentalmente en el norte del país. Lo más triste es que “esto es África”, y lo que pasa en el continente negro pocas veces repercute en otras latitudes.

Con todo y que en un barrio de Nairobi (Kibera) se instalará la primera planta de reciclaje de aguas residuales de toda la región, el futuro (cercano y lejano) es poco promisorio. Por lo pronto seguirán muriendo keniatas, etíopes y somalíes sin que grandes cambios se presenten. Aún están frescas las imágenes que dejó hace un año el fenómeno de El Niño en estos países y ahora parece repetirse la escena. La naturaleza no da tiempo de reacomodarse cuando el subdesarrollo, la corrupción y la indebida gestión administrativa del Estado hacen parte de la cotidianidad.

Ahora bien, lo que en realidad debiera intranquilizarnos es el abandono y el desprecio con el que se leen estas coyunturas por parte de millones de personas en Occidente y en el mundo en general. Kenia, uno de los centros administrativos de la Organización de las Naciones Unidas desde 1996, la nación de Chris Froome, el país del turismo y la economía más dinámica de toda África Oriental, es a su vez una nación relegada en la que sucede cada tragedia y el mundo ni se inmuta. De ahí que se pueda señalar que todo lo que allí transcurre es un asunto que sólo a su propia gente concierne.

No nos enteramos de las peripecias de miles en procura de agua y alimentos. O de quienes, ya en casos extremos, se aferran al consumo de khat, planta alucinógena usada como paliativo del hambre, para aferrarse a la vida. Lo que pasa en Kenia se queda en Kenia y pareciera que a nadie más importa. Desconsolada realidad.

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