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ANALISTAS

La gran deflación

jueves, 26 de marzo de 2015
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Resulta simpático escuchar a algunos comentaristas locales solicitarle al Banco de la República que aumente las tasas de intervención argumentando que la inflación está disparada.

Como los perros de Pavlov, estos comentaristas han desarrollado un estímulo condicional que produce una respuesta condicional: aumento del dólar, luego aumento de la inflación por lo tanto necesidad de aumento de las tasas. 

Esta respuesta pavloviana, sin embargo, tuvo nefastas consecuencias para la economía colombiana en 1998, cuando el banco central decidió que la única forma de detener el alza del dólar era subir la tasa de interés a 60%. La consecuencia fue el colapso del sector real y de los hogares, seguido luego por la caída de la banca. El año siguiente la economía se contrajo 4,2%, el desempleo llegó eventualmente a 25% y las guerrillas se tomaron las goteras de Bogotá.

“Sacrificar un mundo para construir un verso”, había dicho el poeta Valencia pero los mandarines del banco de central lo superaron: destruyeron la economía para contener la inflación.

Afortunadamente parece que las lecciones se han aprendido, por lo menos por ahora, y la junta de la semana pasada se abstuvo de atender los cantos de sirena de los comentaristas manteniendo las tasas sin cambio.

Hacen bien. La evidencia anecdótica da a entender que, a pesar del aumento significativo del dólar desde agosto de 2012 hasta la fecha, los brotes de inflación no se deben tanto al movimiento de la divisa sino a las malas cosechas de algunos commodities de la canasta básica, como el arroz y la papa.

La explicación es bastante mundana: muchos cultivadores se abstuvieron de ampliar cosechas porque el Ideam pronosticó que tendríamos un severo Fenómeno de El Niño este año, algo que a los habitantes del barrio Restrepo de Bogotá podrán atestiguar que no es el caso. 

Lo cierto es que el mundo no está atravesando un período inflacionario sino todo lo contrario, estamos frente a un situación, un tanto inédita, donde el problema son las fuerzas deflacionarias. JP Morgan calcula que hay US$1,8 billones en bonos de países europeos, entre ellos Suiza, Suecia y Dinamarca, que están transando con rendimientos negativos. Esto quiere decir, nada más y nada menos, que los inversionistas están pagando para los gobiernos les guarden la plata. 

Aún más extraño, hay bonos corporativos denominados en euros que también transan en terreno negativo, como los de Nestlé, Shell y algunos de compañías americanas también en euros como General Electric y McDonalds. 

Si bien en Colombia el dólar ha tenido una aumento de casi 30% en los últimos meses, prácticamente no hay ningún commodity en el mundo que no haya caído en precio en igual proporción o mas. 

Hay quienes explican el fenómeno deflacionario como una reacción al anuncio de la terminación del quantitative easing de la Reserva Federal aduciendo un patrón histórico donde la reducción real de tasas de interés en los Estados Unidos lleva a una inversión de la liquidez en commodities, como ocurrió en los 70’s, y que por lo tanto el aumento real de las mismas tiene un efecto contrario, es decir la caída de los precios. 

No obstante el raciocinio no parece suficiente para explicar por qué la gente le está pagando a una compañía chocolate suiza como Nestlé para que le guarde la plata. 

La otra hipótesis es que las tendencias deflacionarias están siendo causadas por un cambio estructural en la economía mundial motivado principalmente por la tecnología. El arbitraje de precios debido a las asimetrías de información hacían posible márgenes mayores. La introducción en los últimos años de aplicaciones que clarifican los precios y que ponen en contacto directamente al usuario con el proveedor, acabando con la intermediación, hacen que los precios sean más eficientes.

Suena complicado pero es muy simple: Uber. Y todos los Uber de X que van a venir.

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