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Economía árabe con enfermedad holandesa

martes, 26 de febrero de 2013
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Quienes nos gobiernan tienen que entender de una vez por todas que la riqueza de los países es el pleno empleo de sus habitantes y la paz solo se logra con políticas que contribuyan al bienestar económico y social, especialmente del desprotegido sector rural.

 
Parodiando la famosa frase de Fabio Echeverri Correa “la economía va bien pero el país va mal” podríamos afirmar que “la economía parece bien pero la agricultura y la industria van mal”. Esto quiere decir que en el corto plazo inevitablemente tendremos una fuerte recesión de la economía pues esta no puede ser estable con dos de sus principales generadores de empleo en  retroceso. El principal causante: la exagerada revaluación de la moneda.
 
Esta perjudicial revaluación solo se puede frenar con una actuación conjunta y decidida del gobierno y del Banco de la República. El primero estructurando un superávit fiscal, con lo cual permite que el segundo baje las tasas de interés e intervenga en la compras de divisas para equilibrar la tasa de cambio sin afectar la inflación. Solo en esta forma se puede evitar que la competencia extranjera, apoyada en monedas devaluadas y subsidios estatales, deteriore la economía generando desempleo y hambre de quienes son despedidos o ven destruidos  sus negocios o cultivos. 
 
En el pasado la industrialización del país, apoyada en las divisas que generó el café, empleó cientos de miles de emigrantes desde las zonas rurales hacia las ciudades,  pero hoy en día con la parálisis de la industria esto no es posible. Si bien algunos empleos  son sustituidos por otros en actividades de servicios y comercio que se benefician con la revaluación, este no es el caso en el sector rural donde no se trata de medir desempleo sino índices de pobreza de los propietarios de cultivos.
 
La cadena textil de algodón desaparece con prendas “Fabricado en China”. En tiendas y en los supermercados es cada día mayor el número de alimentos importados que Colombia podría producir eficientemente tales como lácteos, cereales, frutales y hasta los ingredientes de la “bandeja paisa” que en el pasado generaban miles de centenares de empleo en los minifundios rurales. Nadie creería hace pocos años que el 70% del café que consumiríamos sería importado o que nuestro país con 1.600 kilómetros de costas importaría el pescado de Vietnam y Perú.
 
Se cierran y liquidan por doquier decenas de fincas de flores que eran cinturones de empleo alrededor de las poblaciones circundantes a Bogotá y Medellín. Se cierran fincas bananeras localizadas en zonas violentas del pasado. Se ven enmalezadas las grandes extensiones algodoneras  y se abandonan las fincas de café “anteriores senderos de la paz”  generadores de uno de cada tres empleos rurales del país.  Desaparecen los pequeños minifundios productores de alimentos de “pan coger” y desaparecerán centenares de pequeños poblados municipales.
 
Colombia no tiene una política rural integral que aporte; tasa de cambio competitiva; financiación a bajas tasas; servicios  de asistencia técnica y productividad; diversificación para monocultivos como él café; vías; programas y asesoría para indicar que producir y como comercializar; etc.
 
Va Colombia hacia una economía de país minero-petrolero  donde en medio de la gran pobreza de sus habitantes se destruyen empleos, actividades agrícolas, páramos, biodiversidad y nacimientos de agua en busca del vellocino de oro. 

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