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ANALISTAS

Desaparece la caficultura colombiana

miércoles, 30 de enero de 2013
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El subsidio que paga el gobierno de $6.000 por arroba de café y solo para el 30% de la cosecha, son una mínima parte de los ingresos que el mismo gobierno les ha retenido a los campesinos cafeteros. Además,  paños de agua tibia para una enfermedad terminal. La producción cafetera del país ha descendido hasta solo ocho millones de sacos, equivalente al cincuenta por ciento de los diez y seis millones que produjo a principio de la década de los noventa.

 
La razón de este dramático deterioro de la actividad no es otra que las pérdidas que esta genera y que en buena parte se deben a la retención de los justos ingresos de los campesinos cafeteros, vía excesivos impuestos parafiscales, con la falsa promesa de que es un ahorro para el futuro. Cuál futuro? El cultivo del café se acerca dramáticamente a un punto de no retorno: el promedio de edad de los caficultores supera los sesenta años;  el 65% de las plantaciones no tienen una vivienda en el predio; y el 95% de estas solo generan hoy en día un promedio de ingresos brutos equivalentes al 30% de un salario mínimo sin prestaciones ni seguridad social. Cualquier aumento en la producción no permitiría entonces unos ingresos suficientes para alimentar las familias cafeteras que se encuentran en su mayoría en la miseria absoluta.
 
Estos excesivos impuestos parafiscales que durante décadas totalizaron más de US$60 billones a precios constantes de hoy -diez veces el valor actual de todas las fincas cafeteras- no permitieron la formación de un patrimonio a los campesinos y se despilfarraron en su totalidad en la gigantesca burocracia de la institucionalidad, en pérdidas continuas en la comercialización, y finalmente en la bancarrota por mala administración de inversiones como: Bancafé;  Aces; y Flota Mercante Grancolombiana, entre muchas otras.  
 
La drámatica situación de la caficultura, actividad que genera uno de cada tres empleos rurales del país y de la cual subsisten las economías de seiscientas cabeceras municipales, crea un caldo de cultivo para los narcoterroristas: guerrilleros; paramilitares;  que los vinculan a sus actividades o los desplazan a los centros urbanos donde incrementan los cinturones de miseria.
 
Actualmente los precios del café están casi a los niveles de los precios fijados durante el pacto de cuotas al café durante 1962-1989, por lo cual es fácil deducir que después de soportar cinco décadas de inflación y la fuerte revaluación del peso es un imposible hacer rentable la actividad. 
 
La solución no puede ser entonces un incremento desproporcionado de  la producción ampliando la frontera cafetera en 100.000 hectáreas en medio de la actual sobreoferta y precios de venta a pérdida, lo que deterioraría aún más los precios. 
 
Mucho menos solución lo sería endeudar al campesino para que pierda su propiedad al no poder pagar sus créditos. La solución tiene que ser un apoyo integral respecto de tecnología, productividad, diversificación y comercialización para que se complementen los cultivos de café con productos de pan coger, acompañando este apoyo con una tasa de cambio que los proteja, tal y como lo ha hecho exitosamente Brasil. 
 
La paz que busca el país no depende entonces de ilusiones,  buenas intenciones y falsas promesas, se logra solo con acciones integrales, recursivas y pragmáticas que den un bienestar social a la población y en especial al sector rural, históricamente descuidado.

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