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martes, 3 de julio de 2012
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"Entre 2003 y 2012 el ingreso promedio en América Latina creció 30%. Una revolución silenciosa en política macro-financiera fortaleció los sistemas económicos inmunológicos de muchos países de la región. Aproximadamente 73 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza desde  2003, y actualmente un tercio de la población de la región es considerada clase media". Este optimismo expresó el saliente presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, ante una variada audiencia en Washington con motivo de la celebración del 30 aniversario del Inter-American Dialogue.

Pero Zoellick también se pregunto cómo América Latina puede sostener este desarrollo en el tiempo, cómo puede librarse de la llamada trampa del crecimiento, donde se producen grandes avances en el corto plazo, pero luego no se logra aumentar la productividad, y el crecimiento tiende a desacelerarse. La región ha subinvertido en áreas fundamentales para aumentar la productividad, como infraestructura, energía, logística, y educación. América Latina tiene que mejorar su capacidad de innovar.  ¿Pero cómo hacerlo? El profesor de Harvard, Tony Wagner, ofrece algunas recomendaciones en su más reciente libro Creating Innovators.

Según Wagner, para consolidar la competitividad del país y ante la necesidad de operar en un mercado global con nuevos y más difíciles rivales económicos, es imperativo enfocarse en sembrar la habilidad de innovar entre los jóvenes. Los planes de enseñanza y las evaluaciones en las escuelas tienen que promover el espíritu de colaboración, la curiosidad intelectual, la adaptabilidad a situaciones cambiantes, así como la sólida enseñanza de ciencias, matemáticas, lectura y escritura. Esta es la forma de fomentar el empleo y la disminución de la inequidad social.

El mismo libro es una demostración de innovación, como dice el inversor y productor de documentales Bob Compton en la introducción, quien combinó una tecnología inventada por Johannes Gutenberg hace 500 años, con códigos de barras, videos y herramientas de comunidad, para complementar la lectura con más dinámico contenido online.

El autor sugiere que fundar nuevas escuelas o imponer desde los gobiernos que se enseñe mas innovación no es la solución, sino más bien hay que definir nuevas metodologías de evaluación de alumnos y maestros, que incentiven una enseñanza en equipo, basada en la acción práctica, y la resolución de problemas.

Según Wagner, los procedimientos educativos actuales no promueven innovación entre los jóvenes. La forma de evaluar a los estudiantes y maestros, de manera estandarizada, y memorizando, más bien va en contra de la capacidad de innovar. A su vez, estos test estandarizados sólo se enfocan en evaluar materias que puedan ser cuantificables, como matemática o literatura. Pero no ponen ningún foco en otras cualidades que son igual de importantes para trabajar en el siglo XXI, como la creatividad, el pensamiento crítico, la persistencia, la curiosidad, la empatía, la disciplina e integridad, entre otras, que son más difíciles de medir.

Como señala el autor, los niños comienzan la escuela en un momento de sus vidas donde la curiosidad predomina, donde todo lo preguntan, en un momento que interrogan a sus padres para entender el mundo que los rodea. Pero ni bien entran a la escuela, se dan cuenta que los estudiantes que son recompensados son aquellos que más bien adivinan la respuesta que está buscando el maestro y que se ajustan a métodos predeterminados. Hacer preguntas, explorar diferentes posibilidades antes de dar una respuesta no es lo que la escuela premia. Los mejores estudiantes aprenden a pasar sus exámenes con las mejores notas pero su habilidad de crear e innovar se deteriora.

La mayoría de las escuelas penalizan el error. "Pero sin prueba y error no hay innovación", dice Wagner, "cuando uno falla está aprendiendo, los estudiantes ganan confianza cuando aprenden que pueden sobrevivir a sus errores, sobrepasar sus equivocaciones". Los jóvenes innovadores tienen en común un la pasión por lo que hacen, un propósito, un sentido de por qué hacen las cosas, y la capacidad de "jugar", de disfrutar con lo que hacen.

De acuerdo con el autor, "el proceso de aprendizaje en la mayoría de las instituciones educativas es una experiencia pasiva: los estudiantes escuchan. Pero en las escuelas más innovadoras, las clases son prácticas, activas, y los estudiantes son creadores, no meros consumidores".  Los estudiantes adquieren habilidades realizando un producto, una actividad, o resolviendo un problema, o investigando una nueva forma de hacer algo, como una nueva metodología, un plan de acción, o un presupuesto.

Para seguir creciendo, la región tendrá que innovar, tendrá que aumentar la productividad. Ojalá nuestro líderes políticos y empresarios lean a Tony Wagner.

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