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ANALISTAS

Atenas, la Venezuela europea

jueves, 9 de julio de 2015
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El gobierno griego es como el atracador que arrincona a su víctima en una esquina, se apunta a sí mismo con la pistola en la sien y anuncia amenazante: “si no me da la plata me mato”.

La víctima, que en este caso es el resto de Europa (y de pasadita, el resto del mundo), estupefacta, intenta de todas formas posibles evitar la inmolación, sabiendo que no solamente le echarán la culpa sino que le tocará cargar el muerto, enterrarlo y sostener a la familia.

Pues bien, el disparo sonó ruidoso el pasado domingo y el cuerpo de la Grecia moribunda se desangra patéticamente a los pies del planeta.

Bravo, señor Tsipiras, usted ha logrado colocar a su país en el camino sostenible hacía el subdesarrollo.

La griega es en buena medida una tragedia auto infligida. Para empezar los griegos se endeudaron en la módica suma de 323 millardos de euros, 177% de su producto interno bruto. Esta orgía fiscal sirvió para financiar un estilo de vida que no podía pagar, incluyendo la celebración del centenario olímpico en 2004, donde botaron la casa por la ventana, y el régimen pensional más generoso de Europa.

Cuando las cuentas no empezaron a cuadrar, en vez de sincerar el problema, les dio por cocinar los libros para engañar a los euroburócratas que supervigilaban la estabilidad del euro, hasta que a finales de 2009 unos análisis de segundo nivel de un banco de inversión francés se dieron cuenta de la defraudación y prendieron las alarmas.

Esto desató la furia teutónica de la señora Merkel quien se ha empeñado desde ese entonces en enseñarles a los griegos, y a todos los demás europeos sureños, quien es la que manda callar en el continente. Sin embargo, además de la rabieta puritana, la postura nórdica como es usual, tiene mucho de interesada, por no decir de hipócrita.

La imposición de los brutales planes de austeridad provenientes de Bruselas y diseñados en Berlín buscaban, no solamente restablecer la estabilidad financiera de Grecia y los demás PIGS (Portugal, Italia, Grecia y Spain), sino evitar el descalabro de los bancos alemanes, holandeses, franceses e ingleses.

La forma de hacerlo era trasladarle la deuda en cabeza de la banca a las entidades multilaterales, como el BCE y el FMI, lo cual reducía el riesgo de contagio, y le descargaba eventualmente a los gobiernos el pasivo de una banca quebrada. 

Esto ocurrió entre 2011 y 2014, logrando los resultados esperados por lo críticos estilo Paul Krugman: la deuda se disparó, las políticas de austeridad destruyeron la economía griega y llevaron el desempleo a niveles de 25%. Pero los bancos se pagaron lo que les debían, endosándole la cuenta a la señora Largarde y Cía. 

Socializado el riesgo y la eventual perdida, sin embargo, los alemanes insistieron en seguir apretando a los deudores y bueno, ya todos saben lo que pasó. Llegó al poder Tsipiras, un neopopulista al mejor estilo latinoamericano, que como es típico del género, usó su extensiva disposición retórica, sumada a su absoluto desdeño por la gente que dice proteger, para hacer posturas grandilocuentes que resultaron en un colapso de las conversaciones con los acreedores.

En este momento nadie sabe que pasará. La misma Largarde aceptó antes del “suicidio” de Tsipiras que había que darle un peluqueada a la deuda griega, que era impagable. En esto el gobierno griego tiene razón a pesar de que los alemanes continúen con la terca obsesión de arrancarle a los helenos una libra de carne en parte de pago. Por otro lado, el corralito griego continúa y la plata de los bancos se acaba aceleradamente. Para el próximo 20 de julio, cuando se incumpla el primer pago con el BCE ya no habrá con qué.

De ese momento en adelante los pensionados griegos, cuyos derechos defendió con tanta vehemencia Tsipiras y su camarada, el autodenominado “marxista-libertario”, Yanis Varoufakis, recibirán sus mesadas no en euros, sino en vales respaldados con la entera fe y crédito del gobierno griego. O sea un rollo de papel higiénico puede tener más valor. Igual que en Venezuela.
 

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