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En las últimas semanas ha sido noticia el estado de las redes de alcantarillado que, dado su nivel crítico, ha sido el factor que se impone al definir límites en la altura de las construcciones en algunos sectores exclusivos y muy concurridos del norte de Bogotá, como son los barrios Cedritos y Santa Bárbara, respectivamente.
En Bogotá, el sistema de alcantarillado es mixto, lo que significa que en una misma tubería se recogen las aguas lluvias y las aguas negras. Si bien la ciudad tiene varios canales que recogen las aguas lluvias, en ciertos puntos ésta se mezcla con el agua lluvia causando enormes riesgos en la salud de los habitantes de las viviendas o de los trabajadores de las industrias o el comercio. Por este motivo, las modificaciones al POT deben llevar implícita una revisión de las redes existentes en las zonas, particularmente aquellas que quieran redensificarse.
Es claro que el plan que contempla el Distrito en este sentido genera grandes riesgos a menos que se investigue a fondo la capacidad con la que está trabajando actualmente la red de alcantarillado, de lo contrario otros sectores, aparte de Cedritos, como Teusaquillo, la Candelaria, Parkway y La Castellana, se verán seriamente afectados.
Desde diversos gremios se ha tratado de alertar al Gobierno local sobre los peligros que los cambios urbanísticos pueden ocasionar a las zonas y localidades de la ciudad si no se evalúa el impacto que tienen las redes de acueducto y alcantarillado así como las vías de acceso. Solo basta recordar algunos antecedentes que replicaron los medios de comunicación en agosto de 2012, cuando se mencionaba que 62% de los tubos y canales que hay en Bogotá se construyeron entre 1950 y 2000, y se advertía del peligro que esto podía representar para los proyectos de redensificación. Advertencia que claramente no fue incluida en la planeación de la ciudad de los últimos años.
Independientemente de la soberbia y arrogancia, que tanto caracteriza al Alcalde Petro, es momento de tomar acciones antes de que ocurra una tragedia de enormes dimensiones. Llego el momento para que la ciudad logré un eficaz manejo sistémico, oportuno y periódico de mantenimiento de sus obras y grandes proyectos; también es hora de dejar de improvisar y concentrarse en una adecuada planificación que permita proyectar a la capital en el mediano y largo plazo.
Vale aclarar que todo diseño de ingeniería civil tiene en un tiempo de vida útil, bien sea para estructuras, vías, acueducto o alcantarillado. Por ejemplo, la vida útil de un alcantarillado está determinada por la cantidad de agua que transportará y el diámetro de la tubería por el que correrá su caudal.
Aun así, es muy difícil que con análisis estadísticos y generación de pronósticos en 1950, cuando fue construido parte del alcantarillado de la ciudad, fuera posible pronosticar la población de Bogotá 65 años después con total precisión. Por eso las obras que se vayan a hacer en un futuro cercano requerirán de una adecuada revisión y un mantenimiento oportuno que permita detectar la capacidad límite de las tuberías en el corto, mediano y largo plazo. Más aún si se tiene en cuenta que la densificación de ciertas zonas se modifica sin tener límites claros.
La realización de un mantenimiento e incluso rehabilitación oportuna a las redes de alcantarillado de una ciudad con una población como la de Bogotá, requiere de un monitoreo contante, con sensores que generen alertas con reacción efectiva de la entidad responsable.
Este tema no se puede volver paisaje, tampoco se debe concebir como una promesa de campaña de cara a la contienda electoral para la Alcaldía; debe entenderse como un tema de consciencia, de interés colectivo que prima sobre el interés particular.