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En la Argentina diezmada de hoy nada se conseguirá sin tres largas décadas de sacrificio y esfuerzo sistemático.
La esperanza sin racionalidad es la utopía de los tontos. A los argentinos les encanta aferrarse a personajes que prometan soluciones mágicas y, por sobre todo, rápidas. En la Argentina diezmada de hoy nada se conseguirá sin tres largas décadas de sacrificio y esfuerzo sistemático.
Sin embargo, a pesar de todo lo vivido, a pesar de todo lo sufrido, los argentinos mayoritariamente siguen viviendo en Narnia y siempre esperando un maná que no caerá del cielo. En esta tierra tenemos esa tan única y especial capacidad de no poder aprender de los errores del pasado.
Y del otro lado nos espera un Wall Street que, esta vez a diferencia del 2015, ya no se ilusiona con la posibilidad de un nuevo presidente. Esta vez, los bonos soberanos argentinos están tan castigados que cotizan a niveles del 2001 y no me sorprendería que incluso quiebren dichos niveles a la luz de una nación que, en vez de un plan, sigue ofreciendo esperanza.
Para el 2024 Wall Street ya no se fuma la sanata de que "esta vez, todo será distinto, que esta vez, finalmente cambiamos". Los argentinos simplemente no pueden cambiar y lo sabe todo el mundo.
De esta forma, el optimismo político que se percibe tibiamente en Argentina pensando en las elecciones de 2023 no se refleja en el precio de nuestros bonos soberanos. La paridad de la deuda argentina se desplomó para un Wall Street a quien no le importa el próximo presidente por una sencilla razón: no hay dólares para pagarle a nadie y esto optimistamente supone que no tendremos una sequía dramática en el campo.
Y como si todo esto fuera poco, cuando Estados Unidos se torna hawkish (subidor de tasas de interés) a los mercados emergentes suele irles bastante mal por la sencilla razón de que el país del norte se convierte en una aspiradora de dólares con todas las consecuencias negativas que dicha dinámica genera.
Pero también es cierto que cuando la Reserva Federal envía la señal de culminación del proceso de suba de tasas de interés los efectos se revierten y un viento de cola potencialmente muy favorable comienza a soplar para mercados emergentes, una brisa que entre otras cosas revalúa a las monedas locales y da cierto auge a los commodites, una fuente muy significativa de ingresos en todo el espectro emergente. Es razonable esperar que dicha dinámica se instaure a partir del 2024 pero es ahí en donde no nos será gratis volver a elegir populismo.
Argentina ha perdido un equilibrio indispensable en un ecosistema político: "La derecha". De esta forma, en nuestra actualidad política tenemos una exagerada variedad de personajes socialistas, todos ellos en busca del único voto mayoritario que importa, ese voto que confirma elecciones: "El del populista argentino", esa voluntad que definirá la elección del 2023 y todas las que se nos vengan.
La oposición política argentina se ha transformado en un abanico diferenciado en apariencia, pero muy parecido en esencias básicas, en donde las "diversas" versiones son alternativas de un mismo populismo en distintos grados de intensidad. Esta realidad resulta muy costosa a la hora de valuar activos argentinos.
Esta noción "social popular eterna y sin alternativas" está tan arraigada en la ideología cotidiana del argentino que todo político, sin importar su "ideología aparente", debe ofrecerlo si es que quiere tener chances de ganar una elección. Por ejemplo, nadie se anima si quiera a hablar de reducción de planes sociales porque el sólo hecho de mencionarlo te dejaría sin chance posible a nivel electoral.
El populismo argentino no es sólo una expresión económica, sino que se exterioriza además en muy variadas dimensiones. La noción de que respetar la Constitución importa poco es otra variedad que impacta la retórica y el accionar de esta "aparente oposición".
Los piquetes son probablemente otro ejemplo de lo arraigado que el populismo está en nuestras mentes al punto que ningún "opositor aparente" si quiera quiere referirse al problema, como si el mismo no existiese, como si el mismo no impactase notablemente la vida cotidiana de miles de argentinos. Una institucionalidad débil también es muy costosa a la hora valuar activos argentinos.
De esta forma, el populismo ha derivado en una oposición con sentido de culpa permanente, una oposición que cada vez se aleja más de sus bases e irónicamente va convergiendo al otro frente al cual le disputa el poder al menos, en apariencia. El populismo como motor político ha generado una oferta electoral que es exageradamente parecida en sus diversas versiones como para generar la noción de competencia política, una competencia que resulta clave para generar alternancia, un aspecto esencial a la hora de preservar la salud de un sistema democrático y republicano.
De esta forma, el populismo termina siendo la única góndola electoral y este concepto monopólico en lo que se refiere a la definición de la oferta política tendrá notables efectos cuando Wall Street le dé la bienvenida al próximo personaje populista que los argentinos elegiremos como presidente.
Este aspecto se torna muy relevante a la hora de imaginar recuperaciones sostenidas en el precio de bonos y acciones argentinas porque para el 2024 el mundo emergente podría recibir una muy buena noticia: la Reserva Federal de Estados Unidos culminaría con su ciclo de suba de tasas de interés iniciado en enero del 2022 y esta realidad podría generar un viento de cola muy favorable para aquéllos emergentes con señales fiscales en el sentido correcto.
Las señales fiscales importan, y el populismo se correlaciona necesariamente con exceso de gasto, baja productividad y ausencia de reformas estructurales contundentes, un escenario altamente probable en la próxima Argentina populista que elegiremos. El populismo termina siendo el más conservador y caro de todos los sistemas políticos, aunque en apariencia se presenta a la sociedad como "progresista".
A pesar de un viento de cola que puede resultar razonablemente positivo, ese populismo tan arraigado en cada uno de los políticos y electores argentinos reducirá notablemente toda chance de recuperación en nuestros activos financieros. El populismo generará una notable resiliencia en lo que se refiere a toda baja posible en la prima de riesgo, elemento esencial a la hora de definir tasas de descuento.
Quizá y ojalá me equivoque, en 2024 los argentinos nos encarguemos de reivindicar algo que venimos haciendo muy bien desde hace casi un siglo: perder otra oportunidad más. Insisto, plantear una potencial baja de tasas de interés del G10 para el 2024 bien puede ser el escenario más probable y Argentina podría usufructuar una realidad mucho más benévola para emergentes en tanto y en cuanto decidamos ofrecerle al mundo algo diferente al tango recurrente y melancólico en el que nos hemos convertido.
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