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El argumento en favor de medidas es claro. El aumento de la volatilidad y la caída de los precios han destruido retornos en lo que va de año en la mayoría de los activos de clase desde que China reajustó su moneda en agosto. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, su sigla en inglés) espera que US$ 540 mil millones en capital dejen los mercados emergentes este año, la primera salida neta en casi 30 años.
El IIF también estima que la deuda corporativa en el mundo en desarrollo ha aumentado cinco veces en la última década. Depreciaciones recientes harán que sea más oneroso pagar la mayor parte de esta deuda, que es en moneda extranjera.
No sólo son los mercados los que están sufriendo. El crecimiento de los emergentes perderá velocidad por quinto año consecutivo en 2015, predice el propio FMI, liderado por la desaceleración de China y la recesión en Brasil. En tanto, el mediocre dato de empleos en EEUU publicado el viernes plantea dudas sobre la única gran economía que parecía estar creciendo fuertemente.
Funcionarios de los bancos centrales y de gobierno discutirán estos temas en Lima y habrá promesas para comunicarse con claridad y de manera oportuna entre sí, mientras tratan de minimizar las “externalidades” en cada economía.
China será instada a explicar sus objetivos de política de forma más clara dada la turbulencia que ha causado su movimiento de divisas de agosto. Y la Reserva Federal será instada, una vez más, a seguir adelante con el “despegue”. Pero las críticas a ambos serán relativamente silenciosas, no sólo porque ninguno las toma bien, sino también porque todo el mundo va a tratar de presentar un frente unido para apuntalar la confianza.
Desafortunadamente, es poco probable que la acción vaya más allá de las declaraciones públicas de apoyo mutuo y un poco de presión tras bambalinas. La coordinación de política monetaria parece inverosímil dado que EEUU está apuntando a tasas de interés más altas, mientras que Japón y la eurozona tienen más probabilidades de aumentar la flexibilización cuantitativa que de reducirla, manteniendo sus monedas débiles y ejerciendo así presión sobre todos los demás.
Tampoco el estímulo fiscal, que el FMI ha pedido regularmente, es muy probable, dada la determinación en Tokio y Bruselas para conseguir o mantener la deuda pública bajo control. Con sus ojos firmemente sobre las prioridades nacionales, las naciones desarrolladas no van a hacer nada concreto para ayudar a las emergentes con lo que son -en esta ocasión- en gran medida problemas auto-infligidos.
Ideas que podrían ayudar existen. En mayo, Raghuram Rajan, presidente del banco central de India, propuso que el FMI identifique a los países más vulnerables y los pre califique para líneas de liquidez de precaución, incluso si no las solicitaban. Esto tiene mucho sentido en comparación con esperar a que llegue una crisis y un gobierno se vea obligado a llamar al FMI. Pero la idea no prosperó porque a los emergentes no les gustaba el estigma de ser etiquetados así, mientras que a los responsables políticos de las economías avanzadas les preocupó que el esquema invite al riesgo moral y demore las reformas.
Eso deja dos esperanzas. La primera es que la Fed retrase la subida de las tasas hasta 2016.
La segunda, más tangible, es que China se estabilice o, al menos, comience a reducir su velocidad de caída. Con todas las medidas de apoyo implementadas en los últimos meses, hay una buena posibilidad de que esto ya esté ocurriendo. Un elemento crítico es que el mercado inmobiliario parece estar afirmándose en el cuarto trimestre, lo que podría frenar el largo derrumbe en el precio de los commodities y beneficiar a economías desde Australia a Chile.
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