Educación financiera, una responsabilidad compartida

¿De quién es la responsabilidad de la enseñanza financiera? Del Estado, de los Bancos Centrales, de las instituciones bancarias… y del propio ciudadano, de todos ellos en su conjunto y a la vez.

Esta cuestión salta continuamente en los comités, en los congresos, en los centros de debate, en la universidad y tiene implicaciones muy severas en el conjunto de la sociedad, tal como se ha visto en muchos sucesos recientes.

Mi esposa y yo decidimos cambiar de lavadora pues la sencilla de recién casados ya no servía. Con tres niños pequeños y ambos trabajando, la lavadora cumplía un papel esencial en la correcta logística del hogar. Nos decidimos por una robusta y compleja lavadora alemana. Al poco de instalarla y sin leer el grueso manual de instrucciones, decidí darle una sorpresa a mi mujer. Busqué la canasta de la ropa sucia, metí todo lo que encontré, toqué tres o cuatro botones que supuse los adecuados y salí a trabajar.

Al regresar, la recepción -que yo esperaba amorosa por mi acción de ayuda en el hogar- fue, digámoslo así, algo tormentosa. Todavía sin comprenderlo, mi esposa me llevó al salón y allí estaba el resultado de mi buena acción: las camisetas del mayor habían encogido dos tallas y ya servían para el pequeño. Y así todo el resto de la ropa. Toda ella teñida de unos inefables colores rojos y verdes. Ella descubrió mi error: yo había lavado todo a unos calientes 85 grados. Como casi todo el mundo sabe, cuando se lava la ropa de algodón o de lana a altas temperaturas el resultado es que encoge y destiñe. Sería responsabilidad la mía por no haber leído el manual y no haber preguntado. Resultado: tuvimos que hacer un presupuesto extra para reposición de ropa de los niños, de la casa y mía.

En el ámbito de la educación financiera sucede algo parecido. El Estado es responsable del bienestar de sus ciudadanos y debe poner las bases para que algunos bienes que se consideran esenciales -como es la lavadora por sus beneficios para el hogar- llegue a todos los ciudadanos. Lo mismo con la educación financiera, que debe considerarse como elemento esencial para el buen desarrollo del país. Para cobrar un salario, el ciudadano debe tener una cuenta. ¿Y qué sucede si no supiera utilizar sus posibilidades, tanto de depósito como de solicitar un préstamo?

El gremio bancario debe investigar las formas de utilización de todos los productos que ofrece para enseñar cómo deben aplicarse y evitar que un uso inadecuado cause graves daños a la salud financiera del cliente.

Por último, el usuario. Sería inútil realizar amplias campañas de educación financiera por parte de las autoridades y hacer grandes esfuerzos por parte de los empleados bancarios si, al llegar el momento del uso, el cliente no lee adecuadamente las condiciones, como me pasó a mí con la lavadora.

En estos meses de informes a los tribunales y tantos juicios de responsables bancarios en América y en Europa, se leen y se oyen muchas barbaridades. Pocos quieren cargar con la responsabilidad que les toca. ¿Qué el Estado no educa en la escuela en finanzas de modo suficiente? Posiblemente sea verdad. ¿Qué algunos bancos no explican las características de lo que ofrecen y tal vez abusan de su superioridad? Posiblemente también sea verdad. ¿Qué muchos usuarios no han sido instruidos para que lean y pregunten antes de firmar documentos bancarios? También es verdad.

La discusión es interminable y lo cómodo es culpar al otro. Pero lo cierto es que las tres partes tienen su cuota de responsabilidad en los desastres que ahora se juzgan. En mi caso de la lavadora y en la de muchos clientes bancarios, la responsabilidad es del usuario que ni siquiera se molestó en leer las instrucciones.

Para que todo salga bien y para avanzar en la educación financiera, cada parte debe ser activa y hacer bien su trabajo. Y no hay más. Es un trabajo conjunto y de responsabilidad compartida.