El agro tiene una importancia mayor en el proyecto apostólico jesuita

Con 16.740 miembros, la Compañía de Jesús es la mayor orden religiosa católica masculina a nivel global y a la que el Sumo Pontífice realizó profesión perpetua. Una comunidad que desde 1540, luego de su fundación por San Ignacio de Loyola, ha contribuido con la evangelización mundial promoviendo la fe y la justicia como base de su misión religiosa. Así mismo, su aporte en ámbitos como la educación, la acción social, el trabajo intelectual y la ruralidad, son algunos de los espacios en los que los jesuitas se desempeñan con fuerza en Colombia. LR habló con el padre Luis Felipe Gómez, S.J., rector de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, sobre algunas lecciones y la visión económica de la Compañía de Jesús.

¿Qué representan las misiones y cuál es su importancia?

La Compañía de Jesús desde sus orígenes ha sido una orden misionera. Desde su fundación San Ignacio quiso destinar a jesuitas a distintas partes del mundo, especialmente allí donde se encontraban las fronteras geográficas de su tiempo. Al Oriente envió a San Francisco Javier, quien estuvo en la India y Japón y murió intentando entrar a China. Las misiones implican ir al encuentro de la gente allí donde hay mayor necesidad.

¿Qué significado tiene el voto de pobreza?
La pobreza tiene un sentido muy profundo pues implica entregarse en manos de la Divina Providencia. Igualmente, tiene que ver con un tenor de vida austero, que cada comunidad religiosa vive siguiendo su carisma y su modo de proceder. En el caso de los jesuitas, la pobreza significa vivir como viven aquellos que lo hacen de su salario. Como la gente promedio trabajadora podríamos decir.

¿Cuáles son los campos en los que más se desempeñan los jesuitas en Colombia?
La Compañía de Jesús se caracteriza por su pluralidad apostólica. Tenemos obras educativas, sociales, de investigación, en el campo de las comunicaciones, centros de espiritualidad, parroquias, etc. La dimensión educativa es una de las columnas vertebrales de nuestra misión. En Colombia tenemos nueve colegios con cerca de 15.000 estudiantes. Así mismo, a través de Fe y Alegría, movimiento de educación popular integral y de promoción social, acompañamos el mundo de la educación popular con colegios propios y otros tantos en concesión del Estado.
En este campo educativo también está la Pontificia Universidad Javeriana con sus sedes en Bogotá y Cali con 25.000 y 8.300 estudiantes, respectivamente.

¿Por qué en el país no hay tantas universidades jesuitas como en otras naciones?
Para el tamaño de Colombia la presencia de la Pontificia Universidad Javeriana es importante. Esta es una de las instituciones más grandes de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (Ausjal) y es líder en muchos campos y áreas. Después de las universidades jesuitas de México y Brasil, se puede decir que en América Latina sigue Colombia con la Universidad Javeriana.

¿Por qué la agroindustria significa una base importante de la economía jesuita?
Hoy por hoy la ruralidad tiene una importancia muy grande en nuestro proyecto apostólico en Colombia. Tres ejemplos son: el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, fundado por el Cinep y la Diócesis de Barrancabermeja que fue el primer laboratorio de paz del país y ha demostrado sus bondades como dinamizador de la dignificación del trabajo en el campo y como generador de nuevas formas de producción rentables para los campesinos, logrando una articulación con las cadenas productivas.
Igualmente, el Instituto Mayor Campesino tiene experiencias de acompañamiento de asociaciones de productores y comunidades rurales en sus planes de vida. Finalmente, el Instituto de Estudios Interculturales de la Javeriana Cali tiene un trabajo muy interesante en distintos territorios del país y en especial en el norte del Cauca con indígenas, afrodescendientes y campesinos.

¿Cuál es su visión de la desigualdad en la riqueza global y cómo equilibrarla?
Para la Compañía de Jesús hay un binomio indisoluble entre fe y justicia. Trabajar por la fe exige promover la justicia. Modelos económicos que desconocen la integralidad del hombre, que cosifican a las personas y que sencillamente pasan por encima de la dignidad humana no son aceptables.