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Analistas 10/05/2022

Estancados

Vicente Echandía
Diplomático
Analista LR

Es difícil de medir, pero uno de los elementos que complica mucho la creación de riqueza en Colombia es esa relación, dañina en mi concepto, en la que los individuos buscan recibir todo o casi todo del Estado. En teoría, hace muchos años y después de luchar por romper con la relación de súbditos que tenían los individuos con reyes, emperadores o sultanes, decidimos voluntariamente ceder parte de nuestra autonomía a una organización superior para buscar una mejor convivencia. Creemos que si todos aportamos, la provisión de vías, nuestra seguridad y el acceso a una justicia ágil e imparcial para todos es posible. El Estado, en su concepción más básica, es una construcción colectiva.

Pero esa expectativa racional de recibir una serie de bienes públicos del Estado se ha transformado durante las últimas décadas y por diferentes circunstancias ha terminado en una lista interminable de demandas que sobrepasaron hace rato cualquier lógica. Para un grupo importante de ciudadanos lo que reciben nunca es suficiente y lo peor de todo es que de alguna manera, en su cabeza, la responsabilidad no es de ellos. Hace rato se la pasaron al Estado.

Esto tiene implicaciones de todo tipo, desde la necesidad de aumentar los recursos destinados al gasto publico para absorber la cantidad de nuevas demandas hasta la desconfianza en el Estado por la excesivas expectativas que no pueden ser cumplidas. En la que me quiero enfocar es en el impacto sobre la competencia, tanto económica como política, que genera está circunstancia.

El asunto es bien complejo porque en un país con las características del nuestro, hay una ausencia de los bienes públicos que en principio debería entregar un Estado moderno. Educación de calidad, acceso a salud y un entorno seguro, entre muchos otros, escasean en Colombia, lo que termina sirviendo de justificación para que estos individuos esperen que sea el Estado quién les resuelva la situación.

A simple vista puede parecer que actitudes cómo estás no tienen un impacto importante en el bienestar general de una sociedad. Sin embargo, cuando se agregan los desincentivos a la iniciativa individual, la competencia y la innovación se reduce. Sin competencia e innovación, no es posible la movilidad, todo se estanca.

Eso es exactamente lo que se ve en Colombia. Hace 30 años tenemos las mismas personas liderando tanto la política como la economía. No es sino mirar el listado de la Revista Forbes sobre los colombianos más ricos para darse cuenta de que ahí no hay mucho movimiento. Tal vez lo más revolucionario en décadas haya sido la aparición de David Vélez, el dueño de Nubank. Ni hablar de la política. Presidentes del último siglo siguen manteniendo el liderazgo de importantes partidos de la política colombiana. En ese campo ni siquiera hay espacio para un innovador. Eso no sólo habla de los de arriba. Habla de todos.

Hace algunos años el centro de investigación Pew publicó un artículo basado en las encuestas que realizan todos los años sobre las diferencias entre la cultura política americana y la europea, en especial a la manera en la que se relacionaban sus ciudadanos con el Estado. El 73% de los estadounidenses, 60% de los británicos y 49% de los alemanes respondieron que era muy importante trabajar duro para salir adelante en la vida. Para ellos, su destino dependía más de ellos que de fuerzas fuera de su control. Aunque no he encontrado una encuesta similar para Colombia, y a riesgo de equivocarme, creo que los porcentajes para esa pregunta serían muy bajos.

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