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Hace poco un apagón sorprendió a españoles y portugueses. La pregunta entre familiares a través de sus móviles pareció risible, - oigan, ¿están bien?, como si de una catástrofe natural se hubiera tratado. Nadie “la vio venir”, aunque cada mes reposteemos en redes sociales con optimismo frases como, “¡sorpréndeme septiembre!”.
Todo bien, hasta que la falla en el suministro de electricidad, agitó la estabilidad que en apariencia estaba calculada, ¿no dizque teníamos todo bajo control? Los superhumanos sucumbimos ante lo elemental y terminamos teniendo pensamientos apocalípticos y conspirativos.
En clave de la filosofía de lo implícito, establecemos imaginarios y hechos sobreentendidos, no manifestados públicamente, asumidos como parte de una lógica, inferidos como dables. Lo que contradice el supuesto implícito en lo que esperamos, es la realidad que contrasta lo deseable con lo esperable. En la cotidianidad los supuestos se vuelven regla general, una especie de “así debe ser”, como si no esperáramos menos.
Por eso, la variación en la normalidad incomoda con estupor y aspaviento. Pasa con imprevistos como la interrupción del suministro de energía en la península ibérica y con lo esperable de un producto o servicio, lo contratado y lo comprado frente a lo entregado. Tal y como si un evento nos saliera mal por no haber contado con la lluvia.
El medicamento que alivia, la comida con buen sabor y que satisfaga, el transporte que parte a tiempo; son supuestos esperables, los damos por sentado. También la cobertura de la póliza, el justo a tiempo, el buen sabor, la limpieza y hasta la sonrisa como símbolo de amabilidad en el servicio al cliente, los exigimos cabalmente. La percepción colectiva sobre los servicios, dista de la percepción individual, aunque a veces, para colmo, se suman, tensionando lo esperable e idealizado con lo obtenido.
Los reparos ante la disparidad en las características de un producto o servicio que exhibimos en un recurso postventa, tienen que ver con la alteración de lo que, para nosotros, debería ser de esta o de aquella forma, es el presupuesto mental de ese producto o servicio, lo esperable, los mínimos tolerables y los máximos deseados.
La ley del “así debe ser” se erige en lo transaccional, son reglas del juego del adquiriente. La “expectativa” dice más de nosotros de lo que creemos, entre otras cosas, en el reclamo hecho por la variación de la subjetiva normalidad o de lo implícito.
Ni la zozobra ni la normalización de la precariedad en la prestación de los servicios, debemos fortalecer la paciencia. Que buena información yace en el modo con el que atendemos las contingencias, poniendo a prueba la humanidad, la creatividad, la versatilidad y la sensatez en las soluciones que toma la persona y el grupo.
La energía se interrumpe, el internet puede fluctuar, el vuelo se retrasa y la vida flaquea y se vulnera. La contingencia que altera la cotidianidad, nos recuerda lo impredecible- no como fatalismo-, si no, según muchos, como la sal de la vida.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente