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Analistas 27/11/2023

La manía de romantizar la política

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB

El Kleroterion era una piedra con agujeros, usada en Atenas con para introducir fichas con nombres de ciudadanos postulados a cargos públicos y que luego de darle manivela, arrojaba una bola negra o blanca que anulaba o aprobaba la postulación. Era dejarle al azar la elección de los magistrados. La política es una cosa y las elecciones otra.

El voto dejó de pensarse y pasó a solo a sentirse, hoy resulta más provechosa una cachiporra o una bolsa con balotas como el Kleroterion griego. Viene repitiéndose el movimiento iconoclasta en occidente que arguye a lo diferente y elige a los “outsiders” como se denominan los nuevos talentos de lo público. Forma y cascarón antes que fondo y contenido sumado a una especie de tedio y monotonía electoral da como resultado elegir populistas de izquierda y de derecha que saben cómo llegar, pero sin idea de como administrar. El reconocido hasta por lo malo, entra en la baraja de candidatos. En una entrevista a la agencia Télam, el Papa Francisco refiriéndose a la favorabilidad de Javier Milei en Argentina advirtió: “Todos fuimos jóvenes sin experiencia y a veces los chicos y las chicas se aferran a milagros, a mesías, a que las cosas se resuelvan de manera mesiánica. El mesías es uno solo que nos salvó a todos. Los demás son todos payasos del mesianismo”.

¿Dogma político o personalización de campañas que se vuelven una marca personal? Lo uno debiera ir adosado a lo otro: ideología con modo personal. En la política no podemos ser reduccionistas ni emocionales votando por el más “cari” bueno, lindo, sonriente o buena vibra. Hay una especie de emoción súbita en el votante moderno que se define electoralmente por lo que se le venga en gracia y no por discernimiento, curiosamente en épocas de la hiperinformación. El marketing norteamericano sentó bases muy cosméticas desde el debate Nixon-Kennedy. La ideología política, el nacionalismo y el caudillismo, se traducen en bipolaridad.

El voto no puede ser emotivo: caprichoso, impulsivo o rabioso. El voto no es experimento, siendo así, es costoso para los fanáticos y votantes vergonzantes que, como el maníaco ya en estado de reposo, repara sobre sus actos. El voto como sentimiento movilizador no exime el discernimiento, mientras que el voto emotivo no es consciente. Tan responsable el elector como el que se hace elegir por el color bonito. La democracia puede caer en cierto romanticismo y fanatismo que sugiera que el gobernante representa a todos. Valiente y sensato aquel o aquella que luego de los discursos de posesión y el boato del juramento con respeto pueda decir: “este, aquel o aquella, no me representa” pese a ser burgomaestre. Hoy votamos por lo raro y bizarro, por penachos, por apariencia aria o por los que digan que estudiaron en escuela pública, se elige el diseño de sonrisa antes que el modo y el cerebro, características que dicen mucho de la calidad del gobernante.

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