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ANALISTAS 30/09/2025

La confianza que deviene del Presidente

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB

No hay folleto, render, marca de ciudad ni misión de negocios que cautive más que la posición gubernamental evidenciada en anuncios y actos concretos y verificables. Recuerdo el primer concepto en economía que estima que hay factores controlables e incontrolables dentro de un sistema económico, justamente mi profesora de economía enfatizaba que las decisiones políticas a priori, hacían que los inversionistas se pusieran nerviosos. Va uno a mirar y es cierto. El desgobierno actual y la deriva económica, me hace recordar también la reiterada aseveración del empresario Fabio Echeverri Correa en cuanto a que “el país va mal, pero la economía va bien”, una paradoja excepcional que negaba la incidencia entre el estilo de gobierno y los indicadores económicos.

Que el Presidente de la República se despierte malhumorado, con ganas de crear escándalo, no es un asunto menor dentro del ecosistema productivo y comercial de un país. Latinoamérica ha sido convulsa en cuanto a los gobiernos que insisten en discursos trasnochados antiimperialistas, esos que pintaron paredes urbanas en los setentas y que los universitarios de los noventas leíamos desde el transporte público sin entender su vigencia y pertinencia. Puede que un Presidente no sea un salvador nacional, pero ayuda mucho que no genere incertidumbre. Figurativamente un gobernante es el papá, el que calma o preocupa, al menos, del que todos esperamos estabilidad. La permanencia de los negocios se altera por una alocución imprecisa, especulativa, ambigua o sugestiva, sobre el banco central, el endeudamiento, las relaciones exteriores y desde luego el orden público. La inversión es sensible.

El Gobierno Nacional no puede sacar pecho con indicadores de tasa de cambio y empleo que han querido mostrar como producto de su política económica, que además no existe, mientras menosprecia los gremios económicos, controvierte a históricos socios comerciales y emite improperios con habitantes de algunas regiones de la nación que representa. Tales actos conllevan a sentir vergüenza por quien debiera, además de unirnos, propender por el crecimiento del país. Entre tanto me pregunto: ¿qué pensaran los de afuera?, ¿cuánta incertidumbre se producirá en los que, a sabiendas del país cafetero, bañado por dos océanos y con una maravillosa biodiversidad; no contaban con la desfachatez del Presidente?

Es fundamental que la marca país sea un asunto de largo plazo, un compromiso nacional, algo como una política de estado que, salvo algunas diferencias en el estilo partidista de los presidentes, mantenga la propuesta de respeto por la inversión, respeto a los compromisos de deuda, respeto a las firmas calificadoras y respeto a los acuerdos nacionales. Necesitamos un Presidente o Presidenta que inspire seriedad, porque afuera como aquí, no se negocia con gente que inspire charlatanería, improvisación e impericia (ineptitud). Más que el incuestionable verde de nuestras montañas, la amabilidad de nuestra gente y la riqueza geográfica, debemos mirar quien ostentará el carisma presidencial con señorío. A la hora de elegir Presidente, nos jugamos el futuro, no es cualquier cosa y paso por aquí a recordarlo.

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