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Analistas 16/06/2023

Cuando lo hecho se vuelve deshecho sin estar maltrecho

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB
La República Más

Los objetos son representación de quienes los hacen y de quienes los usan, usar es una expresión en apariencia despectiva que indica beneficio sin valoración de lo usufructuado. Usufructúo es un vocablo latino difícil de pronunciar, usus fructus (uso del fruto), expresión relevante en el derecho romano y que describe el uso, goce o disfrute de un artefacto.

La palabra artefacto viene del latín arte factum (hecho con arte), sugiere mística en la manufactura y buen propósito en quien lo hace, contrario a la fabricación en línea del legendario Ford T o las hamburguesas de ciertos restaurantes que saben a rapidez.

Que “las cosas se parecen a sus dueños dicen por ahí”. Desde finales del siglo pasado, el mercadeo ofrece un atributo adicional en los objetos a consumir: “A la carta, a la medida y personalizado”. Se les da nombre y apellido a las cosas, haciéndolas más idénticas a su propietario.

La pertenencia es extensión del rasgo humano, incluso los amigos y amantes se interpretan como propiedad y esperamos de lo poseído la exclusividad. De otra parte, lo que, al ser usado, al mismo tiempo sea admirado por otros, genera jactancia. Que lo que “me pertenezca, me distinga”. El atavío por ejemplo es representación de lo que somos y con el enviamos un mensaje. Desde luego, presumir la posesión y hacerla mensaje, no es asunto nuevo, el corcel de un caballero no debiera lucir como rocinante, el de Don Alonso Quijano, si no como Babieca (valiente, fuerte y audaz); el de Don Rodrigo Diaz de Vivar (El Cid campeador). En la modernidad, el automóvil representa al propietario.

Los objetos tienen un poco de cada manufacturero, tal vez por ello se dice que “tienen alma”. Cuando ya no los usamos, los descartamos o reemplazamos, lo hacemos con indiferencia por su inutilidad, disfuncionalidad y/o por algo más novedoso. Entonces, ¿de la mencionada alma del objeto qué?, ¿es ya un objeto desalmado? Quizás, ¿Debiera admitir el consumismo alguna consideración, si no ética, al menos sensata y lógica que valore la manufactura tanto como la funcionalidad? ¿Un aprecio por lo hecho a partir del propósito de quien lo creó a modo de luthier, orfebre o alfarero?

En el desprecio y reposición de la cosa, influyen mejores calidades y versatilidad en el nuevo objeto, sin embargo, esa sustitución no debiera borrar el alma que yace en lo hecho y mucho menos atender el afán de reconocimiento que da exhibir lo nuevo, sin sonrojo aceptemos que reemplazamos lo que ya no “nos representa socialmente” ni genera estatus. A veces cuando reponemos, ya no lo hacemos por la tan pregonada, obsolescencia programada, ni por la depreciación de los bienes; si no por la presión social que nos susurra: “sustituye esto o aquello antes de que te represente mal”. La injusticia del desuso, es evidente con eso que, aunque raído, sigue siendo funcional.

Antes de arrojar y descartar con desdén, consideremos que lo que es en apariencia inútil, fue manufacturado con buen propósito, quizás ello medie para seguirle usando y de paso, guardar menos trastes, aunque ostenten la característica de nuevos. Usufructuamos lo hecho hasta cuando lo consideramos deshecho, incluso, sin estar maltrecho. Gozar de lo necesario y útil, razonando sobre lo novedoso, que se volvió imperativo, por ahí va el asunto de usufructuar bien.

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