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Analistas 23/06/2017

Las amenazas del terrorismo a los acuerdos de paz

Analista LR
La República Más
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En ciencia política no existe un concepto cuya definición sea más sinuosa que la de terrorismo. Sin embargo, existen algunos acuerdos mínimos para esclarecer sus atributos. El primero es que esta práctica ocurre de forma predominante en contextos de normalidad institucional y no en medio de una guerra abierta: el terrorismo se utiliza justamente para romper esa normalidad de forma dramática e irracional. 

El segundo, una acción terrorista hace uso de la violencia de forma simbólica y comunicativa, y no en términos instrumentales: más allá del daño que se pueda infligir, el acto terrorista busca convertirse en un símbolo cruento para sembrar el miedo en la opinión pública; el acto en sí mismo es solo un símbolo, entre más horripilante sea tiene mayor probabilidad de instalar el miedo en la memoria colectiva. En tercer lugar, el terrorista se ensaña de manera primordial contra la población civil o contra agentes civiles y funcionarios desarmados del Estado, y con ello convierte en víctima potencial a todos los ciudadanos: potencia el pánico colectivo. 

Otro elemento característico del terrorismo son sus fines extorsivos contra la institucionalidad pública, el terrorismo busca arrodillar a la sociedad para que exija del Estado una actuación específica que favorezca los intereses de los perpetradores del acto. Por supuesto, esta práctica también puede darse en medio del conflicto armado interno o una guerra abierta, en cuyo contexto a todo lo anterior debería agregarse que el acto terrorista hace uso desmedido de la violencia aún contra objetivos válidos como instalaciones militares o grupos de combatientes para sembrar el terror, humillar y desmovilizar al contrincante. 

En nuestro conflicto armado interno, una de las discusiones más álgidas era si las guerrillas eran o no grupos terroristas. En atención a lo enunciado antes podría decirse, como alguna vez lo expresara el maestro Carlos Gaviria, que los grupos guerrilleros colombianos cometían acciones que podrían acercarse a acciones de terrorismo, pero que en sí mismo no eran organizaciones terroristas: si bien sus acciones afectaban a la población civil, sus blancos no era específicamente las comunidades, los ciudadanos o en general los civiles desarmados; la violencia subversiva es siempre una violencia instrumental que se orienta a debilitar la capacidad coercitiva del Estado y no una violencia simbólica para instalar el miedo en la población, aún más, las guerrillas buscaron siempre la legitimación que les confería sus vínculos con las poblaciones, poblaciones que no podían victimizar. Esta discusión es importante para analizar lo sucedido en el Centro Comercial Andino de Bogotá.  

El contexto en el que ocurre este suceso puede tener todas las trazas de ser un acto terrorista contra la implementación de los acuerdos de paz. En términos temporales, los terroristas desarrollan su acción en vísperas de la finalización de la entrega de armas de las Farc-EP, y con ello instalan en la agenda pública la sensación que aún con el desarme la violencia seguirá, por lo que es necesario continuar con la política militarista. El efecto buscado no es otro que aumentar la desconfianza con el proceso y avivar la polarización que puede decidir electoralmente la eliminación de los mismos acuerdos pactados con la insurgencia. 

El lugar escogido tampoco puede obviarse en el análisis: la zona comercial frecuentada por clase media alta, en medio de un evento comercial altamente simbólico, en la hora de mayor tránsito y con la posibilidad de tener la máxima audiencia, muestran el objetivo mediático, simbólico y comunicativo de la acción. De lo que se trataba era de sembrar el pánico colectivo, afectar la seguridad y confianza de los ciudadanos en las instituciones, y luego dirigir todo este malestar para diezmar la legitimidad del Gobierno y luego, enfocar todo este clima de desconfianza hacia la eliminación de los acuerdos ahora o a su desconocimiento después, en el próximo gobierno. 

Combatir el terrorismo implica más que una acción policiva o militar. En la lucha contra esta amenaza a la sociedad es necesario profundizar los lazos de conciencia y solidaridad colectiva que muestren a los violentos que sus acciones nunca cambiarán los valores esenciales e innegociables de los pueblos. 

La lucha contra el terrorismo es fundamentalmente política y el campo de batalla es la opinión pública, allí se debe transmitir el mensaje contrario al que quiere propagar el terrorista, allí se debe mostrar que una sociedad firme y unida en torno a la paz, la convivencia pacífica, la gestión política democrática de los desacuerdos y el respeto por la vida y las opiniones de todos como son valores innegociables, no está dispuesta a transigir, que la violencia demencial que trata de instalar es un recurso inocuo frente a la determinación ciudadana. En este sentido, contra esa acción terrorista se debe enfrentar la defensa de la paz, de los acuerdos y de la posibilidad de la transformación de la sociedad colombiana que vamos construyendo, y que ahora es imparable.

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