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En un mes y una semana el presidente Gustavo Petro generó tres crisis en tres sectores diferentes por su absoluta falta de brújula y de sensatez. Su temperamento y su ausencia de análisis y equilibrio para tomar decisiones hizo que Colombia estuviera a punto de una de las situaciones más graves en macroeconomía y en la relación diplomática con Estados Unidos. Esto sin excusar a Trump, que se ha comprometido desde la campaña con aproximaciones a ideologías que pueden interpretarse cercanas al fascismo por su discurso de odio frente a los migrantes y lo que esto conlleva, como lo dije en mi columna anterior.
Una semana después, el presidente publicó sin aviso una fotografía con coordenadas exactas del ELN en el Catatumbo. Lo hizo en medio de un contexto de conflicto y hostilidades que se han incrementado por la ofensiva del ELN contra las disidencias de las Farc, en donde la población civil ha quedado en la mitad (53.000 desplazados y 20.000 confinados, 58 muertos) y los hombres de las fuerzas han arriesgado sus vidas todos los días desde que se recrudeció el problema. Petro reconoció en el Consejo de Ministros que “se le pasó” como si se tratara de un hecho menor.
Y, luego, él mismo llevó a su Gobierno a una crisis interna disruptiva, pero predecible tras un largo discurso en televisión nacional, en el que habló de la historia milenaria sin mucha coherencia o como si le estuviera dando una clase a los jefes de las carteras que están encargados de conducir el timón del país.
Sobre ese hecho hay varios análisis y algunas especulaciones: Que el Presidente protege a Sarabia y Benedetti por los secretos que ambos pueden tener en su contra. Que Petro quiere a Benedetti a su lado para la campaña de 2026 porque su papel en la campaña de 2022 fue clave, lo que es cierto. Que necesita apretar a los ministros porque en año electoral los resultados son necesarios. Todo eso es parcialmente cierto, pero lo más importante al final es que la crisis demuestra que el Presidente no está hecho para gobernar.
Su administración es un caos, su Gobierno no tiene resultados estructurales en comparación con su programa de campaña, y no hay lugar a la concertación para poner en práctica las políticas públicas porque su gabinete es una competencia de egos, arrogancia y competencia por “agendas paralelas”. El responsable de esa falta de seriedad en la administración pública es Petro.
Es sencillo. Hay talantes para gobernar y hay talantes que no lo son. El Presidente bien podría leer, ya que lo suyo es la lectura y la interpretación a su capricho de todos lo autores de la civilización humana, a un historiador llamado Richard Firt-Godbehere que publicó “Homo emoticus, la historia de las emociones”. También debería leer inteligencia emocional de Daniel Goleman. Está claro que su ansiedad para X, para llamar a los medios golpistas, y para concluir el mundo en aproximaciones simplistas y rápidas tiene que ver con la falta de control de sus emociones.
Petro no está hecho para la eficiencia administrativa ni para liderar equipos; no está hecho para escoger buenos perfiles ni para delegar y hacer seguimiento a metas. No está hecho para conseguir resultados ni para gerenciar un Estado difícil y con laberintos como el colombiano, que además él ha hecho más y más grande.
Hay quienes dicen que esto le favorece al Presidente. No veo un solo camino en el que eso pueda pasar. La desnudez de su gobierno, su discurso y gabinete es un búmeran que golpea la gobernabilidad, la estabilidad institucional y el capital político de la izquierda en general. Petro se ve como un líder incapaz de consolidar un buen equipo de trabajo tras casi tres años en el cargo. Inviable.
No hay ni un solo responsable de frustrar el proyecto político de la izquierda, más que Gustavo Petro.