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Analistas 29/06/2017

Ahora dejación de odios

Sandra I. Fuentes Martínez
Directora Grupo SAF- Colombia
La República Más
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Nuevamente somos protagonistas ante el mundo, somos ejemplo de que sí es posible poner fin a un conflicto de décadas a través del diálogo, significamos la esperanza para algunos países en conflicto que quieren replicar los métodos y prácticas que se trabajan en nuestro actual proceso de paz, somos un ícono con hechos tangibles, reales y comprobables, en la reducción del número de muertes violentas por el conflicto, los hospitales de la Fuerza Pública y de Policía ya no tienen heridos en combate, en esta dejación se han entregado más armas por combatiente que en otros procesos verificados por la ONU y el Estado inició la recuperación del campo, lo que requerirá de varios años, pero ya se están generando políticas públicas para movilizar acciones y voluntades.

Este protagonismo que aplauden y reconocen expertos, gobiernos y ciudadanos de muchas latitudes; en nuestro país no se reconoce de la misma manera, se ataca o se pretende invisibilizar. Estamos viviendo hechos históricos que hace décadas pareciesen imposibles de alcanzar, y que por muchas generaciones se añoraban con ansias. Estos hechos de avances relevantes hacia una construcción de paz, se están enfrentando a un reto mayor, y es desarmar el odio que se siente en el fuego cruzado ahora de las palabras, actitudes y en el atrincheramiento de una polarización.

“No quiero que el nuevo placer de odiar libremente se normalice”, dice el título del libro de Carolin Emcke contra el odio, y es una frase que comparto completamente. La postura no puede ser la de quejarnos frente al escenario de desconfianza, pesimismo y de odio que viven algunos colombianos actualmente, lo que debemos hacer es entender este nuevo escenario para plantear soluciones.

Carolin es esclarecedora al caracterizar el odio como difuso porque es impreciso, no escucha y confunde, el odio tiene una perspectiva vertical y se dirige siempre en contra del otro, no existe un nosotros porque rechaza a quienes son o piensan distinto, y otorga el poder de despreciar, señalar y excluir. La preocupación actual radica en que ahora se odia abierta y descaradamente, se vocifera, se ofende y se agrede sin freno, dejando a su paso desorientación y desconfianza.

El odio no se manifiesta de pronto, sino que se cultiva y en nuestro caso fue alimentado durante más de cinco décadas de conflicto. Esta autora también plantea que el odio se puede combatir con observación atenta, matización constante y el cuestionamiento de uno mismo. 

El reto entonces está en hacer un alto para tomar la decisión y tener la voluntad para desarmar los odios y recuperar el respeto y la confianza. Pero se debe tener claridad que esta tarea no es del Gobierno, sino personal, e implica una dejación de las armas del odio: dejar de opinar sin argumentos, dejar de agredir sin antes haber escuchado, dejar de estar a la defensiva y listos a atacar sin conocer el contexto, dejar de invisibilizar a los más vulnerables sin conocer su verdadera historia y necesidades, dejar de agredir con las palabras y actitudes sin tener en cuenta que se atenta contra la dignidad humana, dejar de pensar en el otro como en un enemigo y pasar a un nosotros como colombianos, que nos une el único deseo de prosperar, y vivir en paz.

La paz no tiene dueño, no es de ningún político, es de todos los colombianos que necesitan hacer las paces y pasar del odio a la reconciliación, entendida esta como un proceso de reconstrucción gradual de relaciones sociales.

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