Al igual que ciertas malezas, hay deformaciones económicas que vuelven a aparecer cuando se creía que habían sido erradicadas de manera definitiva. El proteccionismo es una de ellas. La desafortunada aparición de los primeros síntomas del mal conlleva la amenaza de que, por efecto de contagio, termine convirtiéndose en una epidemia. Lo cual hace necesario repetir argumentos que habían sido asimilados pero que, al parecer, están siendo olvidados:
1. El proteccionismo, además de constituir una torpeza económica, es altamente regresivo. Encarecer en forma deliberada el vestuario, o la leche, un componente esencial de la nutrición infantil, perjudica más que proporcionalmente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Esto equivale a imponerles a los estratos inferiores un impuesto discriminatorio, injustificable contrasentido que acentúa la inequidad social.
2. Los aranceles constituyen un gravamen a las exportaciones, en particular a las de manufacturas. Obligar a las empresas a utilizar insumos de inferior calidad y precios superiores a los internacionales reduce su competividad y entorpece las exportaciones de bienes manufacturados. Mientras más altos sean los aranceles, menores serán las posibilidades de exportar artículos con alto valor agregado. El proteccionismo a insumos y bienes intermedios impide diversificar la oferta exportadora nacional. Cuando el proteccionismo se extiende a bienes terminados, los perjudicados son los consumidores.
3. El proteccionismo obstruye el proceso de inserción en la economía global. Contraría la lógica de los acuerdos de libre comercio vigentes y en vía de negociación. Aumentar las trabas a las importaciones envía una señal negativa que le resta credibilidad a la aspiración colombiana de ingresar a la Ocde.
4. El proteccionismo es revaluacionista. Encarecer las importaciones contradice uno de los objetivos prioritarios de la política económica: evitar el excesivo fortalecimiento del peso. Si se desear devaluar el peso con respecto al dólar, lo que corresponde es aumentar la demanda por dólares, no restringirla. En otras palabras, lo que debe hacerse es incrementar las importaciones, en vez de dificultarlas.
5. El proteccionismo crea incentivos perversos que privilegian la ineficiencia y castigan la competitividad. La necesidad de enfrentar la competencia internacional estimula la formación de capitanes de industria, dirigentes empresariales que se esfuerzan por elevar la competitividad de las empresas, adquirir las tecnologías más avanzadas y adoptar las mejores prácticas de gerencia. En cambio, el proteccionismo premia la labor de los caballeros de industria, esos personajes que arreglan sus problemas intrigando en las antesalas ministeriales, gestionando alzas de aranceles. Las firmas sobreprotegidas son plantas parasitarias que destruyen valor y se nutren del bienestar de la comunidad. Como afirma el economista brasileño Edmar Bacha: ‘las industrias sólo generan riqueza cuando son competitivas internacionalmente, no cuando necesitan protección alta y continuada para sobrevivir.’
Sentado el precedente que las protestas y el escándalo publicitario producen dividendos, las demandas gremiales se convierten en una avalancha. Es imperativo cerrar esa puerta entreabierta. En adelante, las solicitudes de protección deberían condicionarse a obtener conceptos favorables del Ministerio de Hacienda, de Planeación Nacional y del Banco de la República.