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Analistas 04/03/2021

La paradoja británica

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

El Reino Unido ha tenido un papel prominente en la consolidación del sistema internacional de relaciones económicas que se conoce como globalización. En parte, eso es atribuible a la ubicación geográfica y a la vocación marítima, pero sólo en parte. También es el resultado de cambios en la política económica.

La decisión del Parlamento en la primera mitad del siglo XIX de abandonar el mercantilismo y reducir unilateralmente los aranceles condujo a un acelerado crecimiento del comercio exterior británico. La expansión industrial subsiguiente convirtió al Reino Unido en un centro manufacturero de dimensión mundial. La producción de las siderúrgicas británicas en 1851 (2,5 millones de toneladas) superaba con creces las cifras correspondientes a Estados Unidos y Alemania. En 1850, la mitad de la marina mercante del mundo era de propiedad británica. El crecimiento del comercio internacional contribuyó a fortalecer la actividad bancaria y de seguros. Londres se convirtió en un centro financiero de primer orden. En la segunda mitad del siglo XIX, el Reino Unido tenía el estándar de vida más alto del mundo. Esa época de la economía internacional concluyó en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial.

En la década de los años cincuenta del siglo XX, el gobierno británico le asignaba más importancia a sus intereses globales y a su imperio que a las relaciones con Europa. Hong Kong y Singapur son vestigios del pasado imperial. El enfoque global, el haber sido una gran potencia, así como la relación especial con Estados Unidos, condicionaron la abstención británica del proceso inicial de integración económica europea. El notable éxito del mercado común llevó a las autoridades británicas a reconsiderar su reticencia inicial. Tras un intento fallido de adherir a ese proceso en 1961, el Reino Unido ingresó a la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1973.

Los dirigentes británicos han favorecido el fortalecimiento del mercado ampliado. Pero se han opuesto a iniciativas supranacionales y al intento de avanzar hacia alguna forma de unión política.

Esas diferencias, entre otras, explican la animadversión de diversos sectores británicos hacia el proyecto de unificación europea, desde el comienzo. Dichas diferencias culminaron en el Brexit.

El retiro del Reino Unido de la Unión Europea se hizo efectivo al lograrse un acuerdo que refleja el desequilibrio en el poder de negociación de las dos partes. Los bienes británicos mantienen el acceso al mercado unificado, pero en condiciones menos favorables que las anteriores. Se limita la libertad de exportación de servicios. Se restringe la facilidad que tenían los ciudadanos británicos para establecerse en cualquier país de la Unión Europea.

En temas internacionales, el Reino Unido tendrá que negociar en condiciones de desigualdad con China, Estados Unidos y la Unión Europea, habida cuenta de su menor tamaño relativo. La recuperación de la plena soberanía ha conducido al aislamiento. El Reino Unido renunció a las ventajas de pertenecer a una entidad poderosa. Al retirarse de la Unión Europea, el Reino Unido se ha colocado en condiciones de desventaja económica y debilitamiento internacional.

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