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Analistas 11/04/2024

Argentina, Colombia y Venezuela

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

Cuando dos adolescentes están intercambiando insultos en público, la voz pausada de una persona adulta puede ayudar a calmar los ánimos y evitar que de los insultos se pase a las trompadas. Ese es el papel que desempeñó la canciller argentina, Diana Mondino, a raíz del enfrentamiento entre Gustavo Petro y Javier Milei, un episodio que no se recordará elogiosamente en los anales de la diplomacia regional.

La canciller Mondino pidió bajarle los decibeles al incidente, explicando que se trataba de una discrepancia personal que no afectaba las relaciones diplomáticas entre Argentina y Colombia. Tal como se afirmaba acerca del Imperio Austro-Húngaro, la situación es crítica, pero no es seria.

Una vez reducida esta demostración de folclor latinoamericano a sus debidas proporciones, conviene hacer algunas reflexiones acerca de la forma pendenciera como el actual gobierno está conduciendo las relaciones internacionales del país.

Entre los múltiples cambios gubernamentales que ha introducido el presidente Petro, uno de los menos afortunados es haber repudiado el precepto diplomático colombiano de no injerencia en los asuntos internos de otros países. Actúa como si una autoridad superior lo hubiera convocado a intervenir en las naciones amigas y además le hubiera concedido licencia para agredir.

Los gobiernos resienten la intervención externa. Quien insulta a los dirigentes de otros países no debe sorprenderse de que, tarde o temprano, le devuelvan las atenciones.

El espectáculo de dos presidentes latinoamericanos intercambiando agravios es poco edificante. Ciertamente, Javier Milei se refirió a Gustavo Petro en un lenguaje inapropiado para un estadista. Dicho esto, quien convirtió una explicable diferencia ideológica en un enfrentamiento personal, antes de que Milei hubiera ganado las elecciones en Argentina, fue Petro.

Se dice que quienes habitan en casas de cristal deben abstenerse de lanzar piedras. El expresidente Alfonso López Pumarejo aconsejaba no andar por el mundo graduando enemigos porque de pronto les da por ejercer. Petro, quien ni olvida ni aprende, está dejando que sus malquerencias y resentimientos contribuyan a deteriorar las relaciones de Colombia con naciones amigas.

En lo que respecta a nuestras relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro, es útil partir de dos premisas: La primera es que estamos tratando con una dictadura. La segunda es que el interlocutor es un régimen cleptocrático que ha saqueado y pauperizado a la Nación vecina. El expresidente Carlos Andrés Pérez pronosticó que con el triunfo de Hugo Chávez lo que venía para Venezuela era tiranía y miseria. Esa profecía se ha cumplido. Chávez estableció una autocracia vitalicia que Maduro trata de imitar.

Para formarse una idea de la capacidad demoledora del chavismo, basta señalar que la economía venezolana de hoy es más pequeña que la de Costa Rica, la de Ecuador y la de la República Dominicana.

Habida cuenta de una extensa frontera común, esta realidad tiene incidencia sobre Colombia y debería condicionar el manejo de las relaciones bilaterales.

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