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Analistas 18/02/2022

Los jóvenes abandonaron el campo

Rodolfo Correa
Expresidente Consa

Según estudio del Departamento Nacional de Estadística- Dane, los campesinos colombianos tienen una edad de entre 41 y 64 años, y hay departamentos en los que la edad promedio supera los 57. Esto significa que en 10 años no tendremos quien siembre comida en Colombia.

¿Qué está pasando entonces en Colombia con las nuevas generaciones de agricultores? En primer lugar, estudios revelan que el total de jóvenes entre los 14 y 18 años ascendió a 12 millones; de esta cantidad cerca del 22% son jóvenes rurales, que en su mayoría no encuentran en el campo oportunidades para desarrollarse y crecer.

El desplazamiento intradepartamental de los jóvenes de la ruralidad colombiana es una realidad que hace referencia al movimiento de ese grupo poblacional del campo a la ciudad, debido a diversas causas que pueden estar determinadas por factores sociales, económicos, políticos y culturales que representan cambios en el desarrollo de la comunidad. Este fenómeno ha generado diferentes procesos que se encuentran conectados a dinámicas de educación, empleabilidad, vivienda y salud.

Existen diversidad de problemáticas, potencialidades, sueños y expectativas de los y las jóvenes del campo que los alejan de sus territorios de origen. La marginalidad histórica que ha tenido el campesinado y el mundo rural en las agendas políticas ha hecho que las oportunidades sean escasas y que estos prefieran, en cuanto se gradúan del bachillerato, buscar nuevos horizontes lejos del ambiente donde crecieron, pero terminan engrosando los cinturones de miseria de las grandes ciudades.

Lo cierto es que hoy el campo y la ruralidad no ofrecen una alternativa sólida para que los jóvenes puedan desarrollar un proyecto de vida con dignidad. Ellos no están dispuestos a repetir la historia de sus padres: 40 años de trabajo, al sol y al agua, manos rasgadas llenas de recuerdos aciagos que se han cristalizado en montañas de cayos y ríos de ampollas que han corrido por las cordilleras del olvido sobre las que han arado estérilmente todas estas décadas para terminar sin una pensión y viendo como con cada bulto que se lleva el intermediario se van también las utilidades que nunca le llegaron.

Sí. Esta novela bien podría llamarse “el campesino no tiene quien le escriba”. Pues, aunque en este caso él no espera una carta, si espera que el país entero empiece a construir una política pública agraria que trascienda el papel y que implique la inversión de al menos 15 billones anuales dirigidos al desarrollo de la industrialización de la producción agrícola nacional, de cara a la conversión de Colombia en la tan cacaraqueada, pero tan poco concretada, despensa alimentaria mundial. Sin esto, créanme, los jóvenes jamás volverán al campo. Nadie querrá estar en el campo produciendo comida y las zonas rurales terminaran, todas, convirtiéndose en zonas de establecimiento de fincas de recreo mientras observamos como la papa, el maíz, el arroz y hasta el tomate lo traemos de Ecuador, Holanda o Estados Unidos.

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