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Analistas 01/07/2021

Lo que quieren los jóvenes

Rodolfo Correa
Expresidente Consa

En Colombia la población total es de 50,3 millones de personas. De estos, un 16 % corresponde a jóvenes entre los 18 a los 26 años; es decir, cerca de ocho millones de habitantes, de los cuales cerca del 24 % se encuentran desempleados, y de estos, según cifras oficiales, alrededor de 2,5 millones ni estudian ni trabajan.

Este grupo poblacional es altamente vulnerable, por cuanto, no tener claro un proyecto de vida, están expuestos al reclutamiento por parte de grupos criminales, al consumo de sustancias psicoactivas, al vandalismo como desencadenante de violencia social y a la desesperanza por su realidad de «No Futuro». En pocas palabras, estamos ante el inminente riesgo de un colapso generacional. Lo cual es fatal no solo para ellos como individuos, sino, también, para todos como sociedad, porque se supone que dentro de veinte años es esta generación la que tendrá sobre sus hombros la responsabilidad política, social y productiva del país.

Ante este sombrío panorama, a esta generación la sociedad de hoy le ofrece solo incertidumbres y unas profundas brechas económicas, sociales, culturales, educativas y, por supuesto, tecnológicas.

Y aunque las brechas de las que hablamos siempre han existido en nuestra vida republicana, el momento actual es especialmente crítico por cuanto la economía, la religión, la cultura, la educación, el medio ambiente y, en general, el mundo que hemos conocido hasta nuestros días se encuentra en un vertiginoso espiral de cambios que no sabemos hacia donde nos lleva.

Es paradójico porque como Nación estamos en el mejor momento histórico de progreso, pero hoy no tenemos un horizonte claro que ofrecerles ni un futuro promisorio a quienes van a gestionar nuestro porvenir. ¿A qué se debe esto?

Es evidente, en primer lugar, que el problema estructural de atención a esta población comienza por las falencias del sistema educativo: Hoy seguimos educando a las nuevas generaciones con unos principios, métodos y propósitos de hace dos siglos.

Claramente, seguimos preparando a la población para las realidades propias de la economía industrial, cuando hace más de veinte años estamos de lleno inmersos en el mundo de la economía digital, y esta realidad objetiva es imparable e irreversible.

Hoy asistimos a la transición hacia la desaparición o la sustitución de las manos y cerebros humanos por robots autónomos en muchos de los puestos y formas de trabajo existentes; y de eso parece que no se enteran los responsables del sistema educativo, porque seguimos haciendo lo mismo y esperando resultados distintos.

La educación es el arte de enseñar a alguien a hacer algo. Sí enseñamos a la gente a hacer algo que ya no es útil, entonces la gente no tendrá como ocuparse productivamente porque lo que sabe no sirve para nada.

Y esto último sirve de caldo de cultivo para otro de los problemas estructurales que padece la generación de jóvenes de estos tiempos: Los niveles de desocupación son muy altos, a tal punto que durante ciertos momentos del confinamiento por pandemia llegaron a cifras históricas que rondaban 30% de ese segmento poblacional.

Seamos realistas, si los jóvenes no se hubieran tomado las calles, la situación de indiferencia social habría seguido la letal inercia que traía.

Por eso, lo que corresponde ahora, frente a lo que quieren los jóvenes: educación útil y ocupación digna para construir un proyecto de vida, es cómo vislumbramos una ruta para satisfacer sus expectativas más allá de meras declaraciones de buena voluntad y de acciones «políticamente correctas» para calmar los ánimos, pero que en nada contribuyen en el hallazgo de soluciones de fondo y sostenibles en el tiempo.

La ruta cruza, evidentemente, por la construcción de un modelo de gestión público-privado de intereses para esta generación que garantice su inclusión en la construcción del tejido social, empresarial y cultural del país desde sus territorios. Para ello se requiere:

Una actualización curricular del sistema educativo a las necesidades y realidades del siglo XXI.

Un sistema de identificación y caracterización de los jóvenes en situación de vulnerabilidad socioeconómica para seleccionar objetivamente a los beneficiarios del modelo.

Un sistema de entrenamiento y generación de capacidades duras, blandas y socioocupacionales (ser, saber, hacer) para quienes sean seleccionados como beneficiarios del modelo.

Un sistema de corresponsabilidad social para que quienes sean beneficiarios del modelo retribuyan la inversión en su barrio, vereda o municipio.

Un sistema de sostenibilidad de las capacidades generadas para que estas no sean la acción de un gobierno, sino una política de Estado y un compromiso de la sociedad.

Es evidente que, dentro del modelo, la generación de capacidades incluye la formación de emprendedores y el suministro del capital semilla requerido, con el respectivo acompañamiento para evitar la quiebra. Adicionalmente, debe considerarse la generación de capacidades artísticas, literarias y humanísticas; así como la dotación de conocimientos en la gestión de intereses comunitarios y la participación cívica, para que los jóvenes puedan elegir según su vocación la manera cómo se articulan al modelo.

Durante el proceso de entrenamiento, y generación de capacidades, se debe garantizar a los beneficiarios un ingreso mínimo vital; y cada joven beneficiario, como resultado final del ciclo de acompañamiento, debe salir con un proyecto de vida que le permita tener esperanza y comenzar a construir su camino a la felicidad.

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