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Analistas 31/08/2021

¿Desigualdad o pobreza?

Roberto Rave Ríos
Presidente ejecutivo Laick - Cofundador Libertank

Por estos días se ha intensificado en redes sociales una discusión que solo pueden dar las personas que tienen acceso a internet, saben leer y escribir e incluso pueden usar su tiempo para estudiar y citar algunos autores y también para discutir y postear en Twitter y Facebook en medio de las circunstancias sociales y económicas actuales.

¡El problema es la desigualdad! Dicen muchos y se centran en conceptos como el de la lotería de la cuna, o la instauración de privilegios heredados o otorgados por el azar. Siguiendo esta lógica deberíamos entonces imponer un mundo de igualdad, aplicando medidas radicales para lograr utopías como la de la igualdad en el ingreso. Esto, como bien menciona Axel Caizer, desembocaría en la Tiranía de la igualdad, porque la imposición de un ideal de igualdad exige una supresión de la libertad. De hecho la única igualdad compatible con la libertad es la igualdad ante la ley. Esta reflexión abre la puerta también para discutir sobre lo que muchos llaman “privilegio”. Se le llama privilegio según la RAE a una ventaja o beneficio exclusivo o especial que una autoridad concede de forma excepcional, implicando con ello el no reconocimiento del otro. El privilegio exige cambiar las reglas creando beneficios para un grupo determinado de personas. Es por esto que los privilegios deberían abolirse porque atentan contra el principio de igualdad ante la ley. Nacer con la fortuna de tener tres alimentos al día, estudio, familia y el mínimo vital cubierto no es un privilegio, tampoco es un pecado ni un error. Es una oportunidad. Entonces cómo se le llama a nacer en una circunstancia llena de dificultades, violencia, carencia de alimentación básica y agua potable y sin la posibilidad de ir a un colegio o a una universidad? En términos económicos, el nombre puntual de esta circunstancia es pobreza. El informe de 1990 redefinió la pobreza como la “imposibilidad de alcanzar un nivel de vida mínimo”. El enfoque involucra, tanto el nivel de consumo (o de ingreso), como ciertas dimensiones de bienestar: salud, educación y acceso a bienes públicos o recursos de propiedad común”. En Colombia esta cifra es escandalosa pues más de 21 millones de personas viven en esta difícil situación.

¿El problema central es entonces la pobreza? ¿O el eje de la discusión debe ser el de la desigualdad? En una conversación con uno de mis grandes amigos del Pregrado de Ciencias Políticas, recibí una serie de comentarios por mi afán de llevar las conversaciones a un campo semántico, o de definición de los conceptos que usamos para argumentar nuestras posiciones cotidianas. Tengo la convicción de que debemos conservar los conceptos y sus significados, sin olvidar que podemos inventar nuevas palabras, nuevos lenguajes, nuevos eufemismos, nuevas formas de expresar lo que queremos decir, dejando de relativizar los conceptos que ya tienen un contenido. La primera desigualdad que deberíamos atacar es la de la pobreza luchando por maximizar y potencializar las oportunidades para todos. Esto debería desembocar no solamente en eliminar la pobreza sino también en traducir la desigualdad a clave de libre competencia, que todos iniciemos la carrera no solamente con el mínimo vital sino también con la cancha nivelada en términos de reglas de juego y asuntos como el acceso al crédito. No puede existir libertad económica si no hay libre competencia.

Unos años antes de la pandemia el centro de estudio y análisis Brookings Institution afirmaba que el mundo avanzaba significativamente en términos de calidad de vida y erradicación de la pobreza. Para ese momento, este tanque de pensamiento demostró que cada segundo sale aproximadamente una persona de la pobreza extrema en el mundo y entran cinco a la clase media. Para finales del año 2018, los pobres dejaron de ser mayoría y un poco más del 50% de la población mundial se ubicó en la clase media y rica.

Nuestra sociedad debe trabajar en humanizar de forma espontánea y no obligada, al sector productivo, a las empresas, a los ciudadanos. Tal vez muchas respuestas a las problemáticas actuales de pobreza están sobre los hombros de una conciencia social más amplia y natural, menos coercitiva, menos postiza e impositiva. Porque a muchos que tienden a criticar el capitalismo habría que decirles que sin duda alguna el capitalismo es consciente o no es capitalismo, y la consciencia es una cualidad que se le otorga a los seres humanos. Por lo tanto, la filosofía y el discurso de una empresa, un sistema o una institución consciente, no tiene fundamento si su composición principal no recae sobre seres humanos efectivamente conscientes.

Para concluir, la desigualdad de resultados e ingresos no es un problema siempre y cuando estos provengan de acuerdos libres y voluntarios. Pero si esta desigualdad viene de un sistema ineficiente dominado por acuerdos y transacciones políticas que generan privilegios y desnivelan la cancha, entonces estamos ante un caos económico y social que nos hace presa de los populismos y nos ancla en la pobreza.

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