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Analistas 08/09/2023

¿La razón o la Intuición?

Ricardo Mejía Cano
Gerente de Saladejuntas Consultores

Camino de Santa Fe a Quito, cruzó gran parte de nuestros páramos. Así conoció el frailejón, planta que, con su infinidad de ductos, canales y capacidad de almacenamiento de agua en sus hojas, es un acueducto natural que todos deberíamos proteger. Venía de recorrer el Lago de Valencia, dónde con su visión adelantada había prevenido a sus pobladores: la tala de árboles era la causa de la erosión de los suelos y de la reducción de los flujos de agua.

Una mezcla de científico y poeta, todo lo quería medir e idealizar. Su curiosidad era tal que, en medio de un temblor de tierra, sacaba sus instrumentos para medir humedad, temperatura, velocidad el viento, amplitud de la vibración, etc. Luego encontraba palabras para describir en su diario la belleza del fenómeno.

Su ascenso al Chimborazo, con calzado y abrigo rudimentario, se convirtió en una odisea, que por lo dura y difícil le abrió el espíritu y la inspiración. La mente, con su sistema de operar aleatorio e impredecible, en los momentos de mayor dificultad y dolor se abre y nos deja percibir fenómenos que en condiciones normales son indescifrables. A 6.000 metros de altura, con los pies sangrando, la falta de oxígeno, en medio de la nieve y cerca al congelamiento corporal, Humboldt entendió que la naturaleza era un ecosistema complejo: todo estaba interconectado. Con su mente y memoria privilegiada, comparó plantas y flora de las montañas de los Andes con las de los Alpes, y descifró el código genético de la naturaleza: todos somos parte de ese cuerpo viviente que llamamos tierra.

Nació el mismo día que Napoleón y ser testigo en su juventud de la independencia de Estados Unidos y de la revolución francesa, le llenaron de pensamientos libertarios. En su recorrido por Latinoamérica vio con horror la opresión de la corona española sobre los pueblos de América.

De regreso a Europa se convirtió en una celebridad a quien todos querían conocer. Fue así como Simón Bolívar, quien se había ido a Europa para desahogar en el juego, el licor y las parrandas la pena por la muerte de su joven esposa, terminó conociendo a Humboldt. Fueron varios los encuentros de ambos, tanto en París como en Roma, en que Humboldt, conversador incansable, inculcó en el joven americano las ansias de libertad.

Nunca se le ocurrió a Humboldt pensar que igual que él en el Chimborazo, Bolívar en la cima del Monte Sacro descifraría el código genético de la lucha de independencia, en buena medida como fruto de las conversaciones de ambos.

Tender puentes entre la razón y la emoción, el estudio científico de la naturaleza, sin dejar de disfrutar de su belleza inspiradora, fueron objeto de sus múltiples escritos.

Dice el Génesis que el Señor descansó al séptimo día, luego de crear el cielo, la tierra y todo lo que la rodea. Humboldt descansó luego de 90 años de trabajo incansable y nos dejó el ADN de lo que el Señor había creado. El riesgo del calentamiento global y la sensibilidad de la naturaleza es parte de su legado. Al terminar la lectura de La Invención de la Naturaleza de Andrea Wulf, el lector queda con la pregunta: ¿en qué deberemos confiar para despejar nuestro incierto futuro? ¿En la razón o en la intuición? ¿En una mezcla?

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