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Somos finitos. Nuestra presencia en este mundo tiene un principio y un final inevitable. Sin embargo, nuestras acciones pueden dejar un impacto que trascienda generaciones. La muerte nos recuerda que nuestro paso por la Tierra es limitado; el legado que dejamos puede ser infinito. El reto está en decidir qué huella queremos dejar mientras estamos aquí.
En ‘El juego infinito’, Simon Sinek explica que la vida no es una carrera para “ganar” rápido, sino un juego que exige permanecer, adaptarnos y contribuir. Lo importante no es llegar antes, sino llegar con algo que valga la pena dejar. En un mundo obsesionado con la inmediatez, olvidamos que las metas no son la línea de meta, sino estaciones del camino. Cuando confundimos destino con parada, perdemos la esencia del viaje.
El economista Andrew J. Scott, profesor en la London Business School, define nuestro momento histórico como la “primera revolución de longevidad”: por primera vez, la expectativa de vida global supera los 70 años. Actualmente, ronda los 73-74 años, y para quienes hoy tienen entre 20 y 40 años, las proyecciones apuntan a 80-85 años gracias a los avances médicos y sociales. Nunca habíamos tenido tanto tiempo por delante… y, sin embargo, nunca lo habíamos sentido tan escaso.
La paradoja es clara: vivimos más, pero corremos más. Llenamos nuestras vidas de urgencias, saltando de objetivo en objetivo sin detenernos a reflexionar. Cuando la prisa se convierte en hábito, el tiempo siempre parece insuficiente, incluso si tenemos más que generaciones anteriores.
En el mundo empresarial, Japón ofrece una lección: alberga cerca de 50% de las empresas centenarias del planeta, más de 33.000 con más de 100 años, según Nikkei BP Consulting. No llegaron ahí por beneficios inmediatos, sino por una visión que trasciende generaciones y un propósito que sobrevive a sus fundadores.
El ecosistema de las startups vive otra realidad: vibrante, creativo y arriesgado. Diversos análisis muestran que cerca de nueve de cada diez no alcanzan sus metas iniciales. The Wall Street Journal señala que solo 11% de las que reciben capital inicial llega a la Serie A, y en la cohorte 2024-2025 la cifra cayó a 2,8%. No resta mérito a quienes emprenden; recuerda que la velocidad, sin visión de permanencia, rara vez construye legado.
La vida funciona igual. Cuando nos enamoramos de las metas, el sentido se agota al alcanzarlas. Con mentalidad infinita, logros y fracasos se vuelven parte del inventario de experiencias que nos forman. Si domina la urgencia, perdemos la capacidad de aprender incluso de las victorias.
Hacer pausas -diarias, semanales, mensuales- no es perder el tiempo; es estrategia para asegurar que avanzamos en la dirección correcta. La muerte recuerda que el tiempo es limitado; la longevidad nos advierte que debemos cuidar su calidad. Un propósito claro y un ritmo consciente transforman no solo los resultados, sino la manera de vivirlos.
Antes de seguir corriendo, preguntémonos: ¿estamos presentes en la vida que decimos construir o solo reaccionamos a lo urgente? ¿El ritmo que llevamos nos permite disfrutar a quienes amamos o nos roba momentos que nunca vuelven? En medio de metas, correos y reuniones… ¿estamos viviendo o sobreviviendo?
Por eso, el Estado, teniendo en cuenta las realidades sociales y económicas y haciendo un balance adecuado, debería regular de alguna forma y distribuir las cargas entre las plataformas digitales y los prestadores de los servicios
Nunca me tocó de cerca la discusión sobre si es más importante el árbol o el pesebre, pero en la Europa cristiana el debate está servido
Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre