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Analistas 03/10/2021

Importación para nerviositos y angustiaditos

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

Como una bruma espesa llegan las agendas políticas internacionales con sus prioridades e imponiéndonos preocupaciones y conversaciones, que en nada aportan a las soluciones de los problemas nacionales y locales. Muy por el contrario, distrae la capacidad y recursos para entenderlos, resolverlos o quizás volverlos oportunidades para el país.

Durante la Segunda Guerra Mundial los dirigentes colombianos tomaron parte en la segunda guerra enviando a las familias ciudadanos de países del Eje (especialmente alemanes, italianos y japoneses) residentes en Colombia a campos de concentración. Los expropiaron, remataron sus bienes y acabaron con sus empresas. Posteriormente desde la capital de la Republica resolvieron enviar ejercito a Corea, se regalo un barrio en Nicaragua y soldados al Sinaí a cuidar una franja entre Egipto e Israel y abrir embajadas en países que no agregan valor a las necesidades del país o lo que es peor que le resta o han sido parte de la violencia, muerte y atraso que disfrazan de revolución; mientras tanto el país rural, real e inmediato necesitaba toda la atención, presencia, seguridad y decisiones en inversión para mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos.

En años recientes sin guerras mundiales -pero si internas-, las angustias, conversaciones y acciones que llamaron la atención de los gobiernos, políticos, medios y academia de Bogotá y las cuatro grandes ciudades colombianas fueron: el hueco en la capa de ozono en la Antártida y el pecado del uso de los aerosoles; la globalización y la necesidad de importar de todo barato (y de pésima calidad sea dicho de paso) quebrando empresas e industria nacional; el despertar de los gigantes asiáticos para concesionarles las obras estratégicas como el metro, vías, minería, petróleo y gas; el ecologismo de paracaídas y poco estudiado que se opone pero no propone ni prioriza, que solo busca culpables por emprender proyectos de interés nacional y que benefician a todo el país o el farandulero que a través de tweets busca reencaucharse y que busca culposos por el uso de los vehículos, el aire acondicionado, el viaje en avión y el consumo de alimentos que fueron abonados y protegidos con agroquímicos, el gas, el carbón y el petróleo. Mientras tanto, el país sigue importando gas, café, maíz, arroz, aguacate, cebolla y hasta papa en detrimento de la Colombia que produce alimentos y bienestar.

En la actual coyuntura la clase se política ha entendido perversamente que para conseguir votos y mantener sus privilegios hay que hacer leyes y normativas a diestra y siniestra para parar proyectos y repartir beneficios y recursos que ni son de ellos, ni los producen. Mientras tanto el país rural sigue esperando un sistema de gobierno cercano, solidario con el empresario de la provincia, los empresarios del campo y el trabajador de la tierra; un gobierno amigo que lo cuide, que sea transparente y que actué ágilmente y con criterio. Ahora en las grandes ciudades del país como en la ruralidad profunda vemos el avance de los hampones disfrazados de protesta y de partido político armado controlando territorios, pasándose la por la faja el imperio de la ley y atacando a quienes hacen empresa, trabajan la tierra, son empleados, funcionarios honestos, generan empleo y pagan impuestos y respetan la legalidad.

Para importar de otros países y tener un punto de referencia esta la experiencia de los países nórdicos que entendieron su prioridad y supieron unir a toda la sociedad en ese propósito, pudieron entender que la violencia familiar y la precariedad social es lo que mas afecta a un niño y que la solución es fortalecer los lazos de familia, comunidad y la seguridad en los entornos*. Cambiaron la educación y la cultura con logros como la disminución de suicidios en 40%, la excelencia en el rendimiento escolar en pruebas Pisa de UNESCO, los índices de crecimiento y su sociedad son ejemplo mundial. Los dirigentes de la política, la academia, empresariales, de las iglesias, de las grandes ciudades, pequeñas y de la ruralidad de Colombia deben propiciar como su prioridad la de unir a los colombianos.

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