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Analistas 02/02/2025

El entierro sin trasteo

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

Siempre pensamos que habrá tiempo para todo: para viajar, estudiar algo nuevo y compartir con amigos. Pero un día nos damos cuenta de que hemos acumulado más planes que experiencias. Como Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, que tenía un baúl lleno de cartas sin enviar. En su caso, eran palabras; en el nuestro, momentos inolvidables que nunca sucedieron.

La especie humana, además de tener una mente que propone hipótesis absurdas en las noches de insomnio, insiste en la necesidad de poseer un patrimonio. Como mínimo, una vivienda para la familia y un ahorro. Sobre este último, existen dos tipos: el ahorro estratégico, que construye un futuro, y el ahorro tanatoturístico, ese que acumula riquezas como si fueran parte del menaje del funeral.

Los faraones egipcios, por lo menos, tenían una narrativa esperanzadora: cuando el humano partía al más allá se podía llevar todo para la travesía - Joyas, muebles, gatos momificados, alimentos y bebidas. Lo anterior va en contravía de esta época pues los mortales contemporáneos seguimos ahorrando con la esperanza de la inmortalidad, o para que hijos y toda descendencia disfruten de viajes, amigos y la buena vida.

En la literatura y la historia, esta absurda relación con la riqueza material no es nueva, recordemos "El Avaro" de Molière, donde Harpagón amaba su cofre de monedas que obsesivamente escondía; pero la vida dio giro y la fortuna terminó causando su ruina emocional.

En la vida real, conocemos historias dignas del cine: la tía abuela que ahorró toda su vida, pero nunca hizo el viaje de sus sueños porque "era un lujo innecesario". Su existencia se le fue en "dejar algo a los sobrinitos", esos "niños" que hoy tienen canas, odio y están en un pleito legal por la finca que nadie sabe cómo dividir. O el vecino que tenía hijos como novias un marinero, o la crónica de la persona innombrable que tenía una amiga joven y "minifalduda" que nadie conocía, y ahora aparecen alegando sus derechos.

En muchas culturas, principalmente latinas, los padres ahorran y trabajan para pagar la educación superior, las especializaciones y maestrías de sus hijos, y luego para financiar sus emprendimientos, priorizando siempre su futuro. La ironía es que esos mismos hijos suelen decirles a sus progenitores que disfruten de sus ahorros antes de que pierdan sus capacidades o de que llegue un gobierno abusivo e indolete y se invente una ley en contra de los ingresos y el patrimonio de quienes trabajaron y ahorraron toda la vida. Pero los mañosos en el poder saben que los ancianos nunca protestan.

Y qué decimos de las emergencias futuras? Esas hipotéticas catástrofes que justifican el ahorro extremo. Pero la ley anti-Murphy dicta que, cuando guardamos dinero para una hecatombe o enfermedad catastrófica, estas nunca llegan.
De qué sirve acumular riquezas que solo veremos pasar como el tren que nunca abordamos? La historia está llena de ejemplos de fortunas perdidas, disputas legales entre herederos y legados olvidados. Quizá la verdadera riqueza esté en los momentos que vivimos, en cultivar a esos amigos de toda la vida y los nuevos que nos brinda la vida pues la realidad, de hoy y de siempre, es que los hijos se van y/o tienen otras prioridades en sus familias, pues el amor es de para abajo.

Así que, querido lector, si ya acumula más de 60 calendarios y tiene un buen ahorro, dese gustos con quienes están en su mismo vagón. Tome ese crucero, disfrute del restaurante que tanto le gusta, viaje a menudo como un pachá, "levántese la bata" con sus amigos y amigas, invierta en su salud o láncese a la política para dejar un legado que transforme realidades. Y recuerde: solo los faraones viajaban al más allá con todas sus pertenencias. Estoy seguro que usted no es un faraón, pero sí merece varias francachelas y comilonas mientras sigue en esta vida.

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