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Analistas 20/04/2021

Los colombianos tienen rabia

Paula García García
Conductora Red+Noticias

Desespero, desesperanza y resentimiento. Un vaivén de emociones negativas sacude por estos días a los colombianos. Trabajan a media marcha, las cuentas siguen llegando, y la vacunación va lenta. Si bien, la pandemia no es culpa del presidente, la gente está molesta. La propuesta de reforma tributaria, que luce poco empática, es una bofetada para quienes llevan más de un año padeciendo las consecuencias de las restricciones y las cuarentenas. Sin distingo de estrato social, el golpe ha sido para todos.

Lo que está pasando no es sano. Mientras crece la desconexión con las necesidades del pueblo, la rabia se apodera del sentir popular y podría convertirse en la peor consejera de cara a las presidenciales de 2022. ¡Es una necedad ignorarlo! La mirada desde la perspectiva ciudadana merece atención y respeto.

La inconformidad nacional está alcanzando un punto de no aguante en el que los oídos sordos alimentan el rencor de la sociedad hacia el establecimiento. ¡Nada más peligroso que eso!

Desde el Gobierno exponen sus razones sobre la urgencia de aumentar el recaudo. Le hablan a los colombianos de un déficit fiscal que, producto de la crisis del covid-19, podría llegar al 8% del PIB. Explican que la idea es extender varias de las ayudas que hoy están entregando, e incluso, hacer permanente el ingreso solidario. Sin embargo, en un país en el que la corrupción hace rato rompió el techo, pretender imponer más impuestos,―así algunos tengan una función distractora, ofende.

Hace un par de años Transparencia por Colombia denunciaba que entre 2016 y 2018 los corruptos se robaron $18 billones. Algo así como $785 millones por hora. Como si fuera poco, somos un Estado lleno de burocracia y burlado por la evasión. Ante semejante e innegable panorama, ¿por qué no empezar por ordenar la casa antes de pensar en el ya acostumbrado todos ponen?

Ganarse cada peso cuesta. Cuesta madrugadas, someterse a largos trayectos, lidiar con el estrés, no ver a los hijos. En el caso de las empresas, implica jugársela por un país. A cambio de tales sacrificios ambos actores, naturales y jurídicos, esperan que sus aportes se materialicen. Sueñan con el día en que termine la robadera y el desarrollo y el bienestar se sientan. Son años clamando por lo mismo, pero recibiendo, en su lugar, nuevas reglas de juego. 12 reformas en 20 años. Una inestabilidad muy dañina.

¡Ojo con la creciente decepción! Que no se dilapide la capacidad de ahorro de los trabajadores ni se ponga en jaque la generación de empleo. Que no se saque corriendo a los grandes capitales y que la puerta al asistencialismo se abra en su justa medida. Menos rebusque, más empleos formales. Menos gasto público, más inversión. La confianza perdida solo se recupera con hechos.

De la sensatez de quienes tienen en sus manos la responsabilidad de legislar acerca de tan ambicioso texto dependerá apaciguar o exacerbar la desazón. Por ahora, las diferentes fuerzas políticas se muestran indignadas y en desacuerdo con varios de los puntos que contempla el proyecto. Esperemos que esta vez, a diferencia de lo que ha sucedido en el pasado, no aparezcan mermeladas que terminen endulzando a más de uno. Ojalá que las legítimas preocupaciones de los colombianos no queden en segundo plano.

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