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Analistas 24/08/2023

La maldición del narcotráfico

Paula García García
Conductora Red+Noticias

A donde llega siembra zozobra, esparce muerte. De la doble moral, indisoluble binomio de la ambición enfermiza, saca provecho. Permea las esferas sociales, también las políticas y, sin grandes esfuerzos, se alimenta de la notoria falta de escrúpulos. Demuestra que son más los que tienen un precio a la vez que manda a callar, a su manera, a quienes no se dejan comprar. Así es el narcotráfico. Una maldición sin fin.

Consolidado como delito transnacional, el pulso parece perdido. De acuerdo con InSight Crime, en 2022, América Latina y el Caribe batieron récords en homicidios relacionados con comercio de drogas, tráfico de armas y violencia desatada por grupos al margen de la ley. Todos, efectos colaterales y prácticas derivadas de la insaciable renta ilegal que han sabido, incluso, franquiciar los narcos.

Ad portas de una segunda vuelta electoral, con un magnicidio de por medio, desde Colombia, miramos a Ecuador recorrer la senda de dolor que en el pasado transitamos, pero lo hacemos con sigilo; conscientes del renacer al interior de nuestras fronteras de esos rumbos ya conocidos. Con nuevos y múltiples actores, poco a poco, nos están acorralando mientras el Gobierno hace rato renunció a su obligación de defendernos.

A los hermanos ecuatorianos les esperan tiempos turbulentos. El próximo mandatario tendrá que ejercer en medio de bandas envalentonadas, respaldadas por carteles mexicanos dispuestos a pelear a sangre y fuego. Por supuesto, lo que suceda con el vecino, tendrá para nosotros enorme impacto. De la postura de quien suceda a Guillermo Lasso más la suerte que corra la descuadernada ‘paz total’ de Gustavo Petro, dependerá recuperar las riendas o ceder el mínimo espacio que queda.

Bastante se ha discutido sobre la necesidad de virar a un enfoque de salud pública en la lucha antidrogas. Válido. No obstante, el recrudecimiento del presente exige autoridad. Tal ha sido el fortalecimiento de las estructuras mafiosas que Perú, Brasil, Chile, y hasta la otrora pacífica Costa Rica, se cuentan entre los países que los organismos internacionales miran con lupa tras el incremento en la criminalidad atada a este flagelo. Proceder con laxitud supone, entonces, una irresponsable apuesta.

El sicariato ―deshonroso producto de exportación―, cruentos enfrentamientos por el dominio de territorios, reclutamiento de menores e instrumentalización de civiles; hacen parte de la degradación que trajo consigo una plaga que consiguió arrodillar Estados. Ante la racha de asesinatos, hostigamientos, paquetes bomba y masacres, la institucionalidad responde timorata.

La razón del creciente desmadre es un secreto a voces. La expansión de los tentáculos de las cientos de empresas criminales que confluyen alrededor del lucrativo negocio, hoy, una desgracia común para el continente, empezó a gestarse cuando los dineros oscuros lograron seducir al establecimiento. Cuando los bandidos se alzaron con el triple trofeo de poner presidentes, controlar la justicia y sobornar a las fuerzas del orden.

Nada más comprometedor que deber favores. La puerta al infierno se abrió el día en el que la legalidad y sus representantes se dejaron llevar por la embriaguez que arrastra el poder. El día en el que decidieron desconocer la ética, dar la espalda a sus valores y jugársela por la traición con aquellos que traicionan.

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