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Analistas 19/10/2022

Cali: el ocaso de una capital

Paula García García
Conductora Red+Noticias

Otrora ejemplo nacional de civismo. Hoy, con un enorme daño reputacional a cuestas, imagen de los días más oscuros de un estallido que derivó en anarquía. Hoy, sinónimo de inseguridad, violencia y presunta corrupción. Cali, ¿qué te pasó?

El ocaso de una capital. Así se podría definir el momento presente de una ciudad que fue pujante. Orgullosa, pero preocupada hija de tan bella tierra, recuerdo una región centro de producción de multinacionales de la talla de Chiclets Adams, Bayer, Michelin y para ese entonces Gillette. Potentes generadoras de empleo en las que sus jóvenes hicieron carrera. Industrias, que poco a poco migraron.

Golpeada por la guerra entre narcos en los años 90 y epicentro de un cartel que a sangre y fuego se peleaba con el de Medellín la supremacía del ilícito negocio de la droga; empezó a desviar su rumbo. Quizá con mínima conciencia o tal vez con total lucidez, exaltar los atajos, abrió la puerta a un camino sin retorno.

La mirada permisiva de una sociedad que se escudó en la actitud cómplice de las élites difuminó el talante de la urbe salsera. Esa de zapatos blancos, traje de luces y boina coqueta que no perdonaba fin de semana en el Village Game, Éxtasis o Juanchito. Esa, en la que la gente hacía juiciosa fila para tomar un bus y jamás arrojaba basura a las calles.

Ahora bien, las debacles nunca son gratis ni se consuman de sopetón. Mucho tienen que ver en el tránsito a la decadencia los líderes y sus procesos. Para nadie es un secreto que tras el poder subyacen intereses. Que se tejen imperceptibles hilos. Que se persiguen otros objetivos.

Los caleños, desde hace años, adolecen de un verdadero administrador. Se volvieron folclóricos en asuntos en los que el rigor debería ser un inamovible. Se dejaron llevar hasta el punto de rechazar, al borde del desprecio, cualquier referente de autoridad. Un desdeño que se viene cocinando con tiempo. No obstante, la degradación ha tomado acelerado ritmo en el actual periodo. Desafortunado ha sido el cuatrienio Ospina, al que todavía le queda tiempo.

La Sultana del Valle está en cuidados intensivos. Lo demuestra la nula voluntad política para reconstruir, con celeridad, el mobiliario hecho trizas por el vandalismo del paro nacional. Pasaron doce meses, por ejemplo, con buena parte del sistema semafórico dañado mientras dos sensaciones: abandono y desgobierno, incentivaron a seguir cruzando las delgadas líneas.

Brutales agresiones a la policía de tránsito por una multa o parrandas multitudinarias en la vía pública, se volvieron escenas cotidianas. El desorden pulula. Sin embargo, siempre se puede estar peor. Gracias al dudoso contrato de Emcali para el que han intentado descaradas justificaciones, de boca en boca, se la pasa, por estos días, el nombre de la ciudad sonando. ¡Una vergüenza!

Por su ubicación, la capital vallecaucana es tan privilegiada como sensible. De ahí que el responsable manejo de la ‵geopolítica interna′, si me permiten emplear tal concepto, resulte crucial para salvaguardar sus fronteras. Recuperar la dignidad y la visibilidad en positivo será una ardua tarea. Una misión que solo mantendrá viva la pasión por una idiosincrasia que necesita reencontrarse.

¿Qué pasó? Está claro. ¿Qué hacer? Entre otras cosas, votar bien.

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