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Analistas 16/04/2018

El declive moral de los economistas conservadores

La contratación, seguida del despido, de Kevin Williamson en The Atlantic siguió un guion bien conocido. Una agencia de noticias convencional contrata a un conservador en nombre de la diversidad intelectual, después se asombra de descubrir que es deshonesto y/o se aferra a opiniones verdaderamente reprobables, algo que la agencia podría haber descubierto tras unos cuantos minutos en Google.

Al despedir al mal recluta, la derecha lo trata como a un mártir, como un ejemplo de la negativa liberal a permitir que se escuchen puntos de vista alternativos. ¿Por qué sigue ocurriendo esto?

Como otros han señalado, aquí el verdadero problema es que los medios de comunicación están buscando unicornios: intelectuales serios, honestos y conservadores con mucha influencia. Personas como esas existían hace cuarenta o cincuenta años; ahora no.

Para entender por qué, permítanme hablarles de algo que conozco: el campo de la economía. Sucede que este es un campo con una fuerte presencia relativamente conservadora en comparación con otras ciencias sociales, y hasta donde sé incluye considerablemente más conservadores y republicanos que se identifican a sí mismos como tales que incluso las ciencias duras. Aun así, tratar de encontrar intelectuales economistas conservadores y con influencia es, en esencia, una tarea imposible, por dos motivos.

Primero, aunque hay muchos economistas conservadores con nombramientos en universidades importantes, que publican en las mejores revistas especializadas, y demás, no tienen influencia en los legisladores conservadores. La derecha busca más bien charlatanes y cascarrabias, aludiendo a la famosa frase (conservadora) de Greg Mankiw. Si recurren a los economistas de verdad, los usan tal como un ebrio usa un poste: como apoyo, no en busca de luz.

El nombramiento de Larry Kudlow como director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos epitomiza el fenómeno. El director de esta institución no tiene que ser un economista académicamente prestigioso; Larry Summers era la excepción. Sin embargo, con el presidente Obama, el director siempre fue alguien interesado en la auténtica investigación de políticas, que escuchaba las opiniones de los expertos y estaba dispuesto a cambiar de opinión en vista de la evidencia.

Evidentemente, nada de eso aplica en el caso de Kudlow. Básicamente, es una personalidad televisiva cuyo truco es predicar la magia de los recortes fiscales y nada lo hará cambiar de opinión. Además, no es solo que sea poco curioso e inflexible: se dedica a vender quimeras y para cambiar tendría que perderlo todo. Ese es el tipo de persona que quieren los republicanos.

Esto quiere decir que, si nos toca un economista conservador que no es ni charlatán ni cascarrabias, por definición estamos hablando más o menos de alguien sin influencia alguna en los legisladores. Sin embargo, ese no es el único problema.

El segundo problema con el pensamiento económico conservador es que, incluso dejando de lado su absoluta falta de influencia en las políticas, se encuentra en un estado avanzado de decadencia intelectual y moral, que ha sido evidente desde hace mucho tiempo, pero quedó absolutamente claro después de la crisis de 2008.

He escrito mucho sobre esta decadencia intelectual. En la macroeconomía, eso que comenzó en los años sesenta y setenta como una crítica útil de las opiniones keynesianas salió totalmente mal en los ochenta, cuando los antikeynesianos se negaron a reconsiderar sus posturas mientras sus modelos fracasaron en la prueba de la realidad, mientras que los modelos keynesianos, con algunas modificaciones, se desempeñaron bastante bien. Para cuando la Gran Recesión nos golpeó, el bando de la profesión con inclinaciones hacia la derecha había entrado al Oscurantismo, ya que había empeorado al punto en el que los economistas famosos repetían falacias de los años treinta como si fueran reflexiones profundas.

No obstante, incluso entre los economistas conservadores que no cayeron en el caos y la confusión había un colapso moral, una disposición a poner la lealtad política por encima de los estándares profesionales. Vimos eso más recientemente cuando destacados economistas conservadores se apresuraron a respaldar promesas absurdas sobre la eficacia de los recortes fiscales de Trump y después trataron de abandonar el barco sin admitir lo que habían hecho. Así sucedió con las falsas afirmaciones de que Obama había presidido una expansión masiva de programas gubernamentales y la negativa a admitir que no lo había hecho; al igual que en las advertencias de que la política de la Reserva Federal ocasionaría una enorme inflación, seguidas de la negativa a admitir que se habían equivocado, y así sucesivamente.

¿Qué explica este declive moral? Sospecho que es un intento desesperado por conservar algo de influencia en un partido que prefiere a gente como Kudlow o Stephen Moore. Gente como John Taylor seguía esperando que, si se mantenían dentro de los límites del partido, podrían mantenerse adentro. Sin embargo, esto no ha ocurrido hasta ahora, y ciertamente no mejorará con Trump.

Y no, no vemos que lo mismo ocurra del otro lado. Los economistas liberales han hecho muchas malas predicciones —si uno nunca se equivoca, no se está arriesgando suficiente—, pero en general han estado dispuestos a admitir sus errores y a aprender de ellos y rara vez han sido aduladores con la gente en el poder. En esto, como en casi todo lo demás, estamos ante una polarización asimétrica.

¿Acaso estoy diciendo que no hay economistas conservadores que hayan mantenido sus principios? Para nada. No obstante, no han tenido influencia, en absoluto, en el pensamiento republicano. Así que, en la economía, una agencia de noticias que trate de representar el pensamiento conservador tiene que publicar a gente sin electorado, o bien optar por los charlatanes que en realidad importan.

Me parece que eso es cierto de manera universal. La izquierda cuenta con auténticos intelectuales públicos con ideas reales y al menos algo de influencia verdadera; la derecha no. Los medios de comunicación no parecen haber descubierto cómo lidiar con esta realidad, a excepción de hacer como que no existe y es por eso que seguimos viendo debacles como la de Williamson.

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