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Analistas 08/01/2013

Al vislumbrarse otra confrontación, ¿se mantendrá firme Obama?

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Para entender lo que pasó con el acuerdo de esta semana en Estados Unidos, tenemos que preguntarnos qué está realmente en juego, y cuánta diferencia marca en el panorama general.

Entonces, ¿realmente por qué están peleando ambos lados? Indudablemente la respuesta es el futuro del Estado benefactor. Los progresistas quieren conservar los logros del New Deal y la Gran Sociedad, y también implementar y mejorar el Obamacare para que Estados Unidos se convierta en un país normal avanzado que garantice cobertura médica esencial a todos sus ciudadanos. La derecha quiere hacer regresar el tiempo a 1930, si no es que al siglo XIX.
 
Hay dos formas en que los progresistas pueden perder esta batalla.
 
Una es la derrota directa en la cuestión del seguro médico, con el Congreso de hecho votando a favor de privatizar y eventualmente descontinuar programas clave - o con los propios políticos demócratas cediendo sus derechos políticos de nacimiento en nombre de una Gran Ganga. La otra es que los conservadores tengan éxito y maten de hambre a la bestia - que hagan bajar tanto las recaudaciones a través de recortes fiscales que los programas de seguridad social no puedan sostenerse.
 
La buena noticia para los progresistas es que el peligro No. 1 ha sido evitado, al menos por el momento - y no sin mucha ansiedad antes. Mitt Romney perdió, así que no hay nada sobre la mesa del tipo del plan Ryan hasta que tome el cargo el Presidente Santorum, o algo así. Mientras tanto, en 2011 el Presidente Obama estaba dispuesto a elevar la edad del Medicare, y en 2012 a recortar los beneficios del Seguro Social. Pero afortunadamente los extremistas de la derecha hundieron ambos acuerdos. En éste no hay recortes de beneficios.
 
La mala noticia es que el acuerdo se queda corto en lo que respecta a compensar los ingresos perdidos como consecuencia de los recortes fiscales aprobados durante la administración del Presidente George W. Bush. En este caso, empero, es importante poner los números en perspectiva.
 
En cualquier caso, el Sr. Obama no iba a deshacerse de todos los recortes fiscales de Bush; sólo estaban sobre la mesa los recortes para los ricos. Poner fin a todos ellos hubiera generado algo así como US$800,000 millones; de hecho obtuvo alrededor de US$600,000 millones. ¿Qué tanta diferencia marca esto?
 
Bueno, la Oficina Presupuestaria del Congreso estima el producto interno bruto (PIB) potencial acumulado de la próxima década en US$208 billones. Entonces, la diferencia entre lo que sacó el Sr. Obama y lo que discutiblemente debió haber sacado es de alrededor de 0,1% del PIB potencial. Eso no es crucial, por decir lo menos.
 
Y en lo que respecta a principios, se podría decir que los demócratas se mantuvieron firmes en lo esencial - nada de recortar los beneficios -, mientras que los republicanos acaban de votar a favor de un incremento en impuestos por primera vez en décadas.
 
Entonces, ¿por qué el mal sabor de boca de los progresistas? No tiene tanto que ver con la posición en que terminó Obama sino en cómo llegó ahí. Siguió trazando rayas en la arena, para luego borrarlas y recular a nuevas posiciones. Y su evidente deseo por llegar a un acuerdo antes de alcanzar el esencialmente inocuo abismo fiscal es muy mala señal para la confrontación que se vislumbra en unas semanas por el techo de endeudamiento.
 
Si el Sr. Obama se mantiene firme en esa confrontación, este acuerdo no se verá mal retrospectivamente.
 
De lo contrario, el 31 de diciembre de 2012 será visto como el día en que empezó a desperdiciar su presidencia y las esperanzas de todos los que lo apoyaron.

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