Repensar el propósito

Después de varios meses y columnas de reflexión en torno a la educación en sus diversos niveles, pero fundamentalmente en el terciario, me pregunto y les pregunto cuál debe ser el propósito de la educación superior en perspectiva de sus funciones sustantivas y de lo que significa para el compromiso con las sociedades, que confían y aseguran que este es el camino más pertinente para su desarrollo sostenible. En diferentes ambientes escuchamos decir que después de la pandemia la manera de comprender la educación superior y su gestión cambió notablemente. Por tanto, es necesario encontrar las rutas que permitan lidiar con los retos que se le han impuesto como oportunidad de transformación y no solo de restauración o de reforma.

Es posible que después de la pandemia queramos regresar inercialmente a lo de antes, y esto no sería posible, porque definitivamente la arquitectura de la educación superior nos obliga a una profunda revisión y evaluación que conduzca a la remodelación total de la propuesta educativa junto con sus capacidades y aspiraciones reales. Muchas son las dimensiones que requieren de una reconceptualización de la educación superior a través de la gestión en las Instituciones que la lideran. De modo particular pienso en la unidad que lidera el aprendizaje a través de la docencia y todo lo concerniente al currículo de los programas y sus intenciones formativas, pero también en la capacidad tecnológica que tiene un papel relevante en el proceso educativo hoy más que nunca con sus dinámicas didácticas y metodológicas. De igual modo no puedo dejar de mencionar el área de talento humano que adquiere actualmente un rol trascendental por las maneras cómo hoy todos los seres humanos comprenden su compromiso y experiencia laboral. En esta última capacidad institucional hay mucho por desarrollar teniendo en cuenta que son los profesores y servidores de la organización educativa los que median para alcanzar sus propósitos misionales. El aprendizaje y el trabajo flexible son hoy clave para un desarrollo educativo superior que hace posible la creatividad, la innovación y las nuevas maneras de generar capacidad de gestión abierta en todas las funciones sustantivas y transversales, complementando las apuestas por la equidad, la diversidad y la inclusión institucionales, así como las nuevas configuraciones de la misión del servicio comunitario y el compromiso.

Durante la pandemia, las diferentes IES buscaron llevar a cabo las misiones de la manera más efectiva posible: proporcionaron enseñanza y aprendizaje a sus estudiantes, emprendieron investigaciones transformadoras, entregaron apoyos a través de sus esquemas de auxilios, becas y subsidios, promovieron compromisos impactantes con la sociedad y sirvieron como centros de innovación y emprendimiento para un cambio sostenible y progresivo. Quizá algunas IES gestionaron la pandemia mejor que otras, pero hoy, después haberla vivido, se hace necesario reconceptualizar los propósitos de las IES en medio de las diversas maneras de comprender los objetivos misionales de estas para responder a preguntas como: ¿cuál es el propósito y el valor de la educación superior? ¿Por qué la sociedad y los individuos deberían seguir invirtiendo sus preciosos recursos en la educación superior? ¿Cómo pueden las universidades cumplir sus promesas? ¿Cómo pueden hacerlo mejor después de la pandemia?

No pretendo asumir el rol de ideólogo académico para responder a cada una de estas cuestiones, pero sí tengo claridad de que hay necesidad de pensar en las IES que subrayen su resiliencia y capacidad para concretar reformas estratégicas transformadoras, sistemáticas y sostenibles que permitan llevar a cabo sus misiones: la enseñanza y aprendizaje, la investigación, los compromisos sociales impactantes, e innovación y el emprendimiento para un cambio sostenible y progresivo; pero sobre todo, el deber de cuidar la promoción de los valores humanistas y ecológicos para la sostenibilidad de nuestra especie, sociedades y naturaleza.