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Durante estos días se habla no sólo en territorio colombiano sino en otras latitudes de una palabra clave para construir sociedad: el diálogo. Una acción humana y social que involucra todas las dimensiones propias de la persona para alcanzar o lograr objetivos que permiten dar respuestas adecuadas a la multiplicidad de preocupaciones, necesidades y desafíos propios de este momento de la historia.
En la perspectiva educativa, en medio de los disensos y consensos propios de la misma, tanto en la teoría como en la práctica, la disponibilidad y capacidad de diálogo es fundamental para generar y gestionar conocimiento frente a las realidades sociales. Si algo ha evidenciado la crisis ocasionada por el coronavirus es que la ciencia generada por las Instituciones de Educación Superior -IES- (desde el área de la salud principalmente, pero también desde otras que interdisciplinariamente se integran), ha construido mecanismos para enfrentar esta nueva normalidad, lo que, en definitiva, es la solución a las necesidades de las personas y comunidades en situaciones adversas. Es por ello, que el diálogo de las ciencias con la realidad busca resolver las complejidades sociales de la actualidad en el ámbito local y global, tal como nos lo invitó a hacer la Organización de las Naciones Unidas hacia 2015 cuando propuso los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que consideraron entre otros temas de la agenda mundial, el cambio climático, la innovación, la desigualdad económica, el consumo sostenible, la paz y la justicia, entre otros.
Cuando la comunidad académica de una institución universitaria (profesores) asume su responsabilidad primigenia de encontrase en escenarios de diálogos creativos e innovadores con sus estudiantes (pienso aquí en los grupos y semilleros de investigación) para generar conocimientos, evidencia su génesis propia de inspirar a pensar y a encontrar caminos adecuados para hacerle frente al presente y futuro de la sociedad. En este contexto de diálogos de saberes es importante que los profesores se apropien con convicción, de su responsabilidad de liderar la comprensión de la realidad misma, y diseñar, para ejecutar, las metodologías, tecnologías, modelos o prototipos de una propuesta que haga posible un mundo sostenible en el tiempo, donde la ciudadanía experimente la serenidad y armonía de un mundo mejorado.
Uno de los principales objetivos de la educación superior es aportar, generar o apropiar conocimiento para superar los retos del mundo de hoy, desde la vida cotidiana y las dinámicas políticas, sociales y económicas. En este sentido, es evidente que un enfoque de aprendizaje experiencial, incluyendo el aprendizaje práctico y de servicio, el aprendizaje basado en problemas, en retos y en proyectos, contribuya a un sentimiento de confianza en el dominio de las habilidades, y den lugar a un aprendizaje profundo por parte de los estudiantes, que concretan todas sus aspiraciones y sueños en realidades que hacen frente a las necesidades que les preocupa y reclaman. A través de la experiencia, los estudiantes adquieren capacidad creativa y habilidad para innovar, así como competencias relacionadas con la comunicación, la colaboración, el trabajo en equipo, el pensamiento crítico, la empatía y la resolución de problemas. Estas son habilidades que prepararán a los estudiantes para las complejidades de un mundo que cambia permanentemente, y para lo cual sus mentores (profesores) les ayudan acompañándolos a emprender en concreto, soluciones pertinentes con sentido social y transformador.
Por ello, una responsabilidad ineludible de una IES y de su cuerpo profesoral, es que sus estudiantes sean creativos e innovadores, y que enfoquen esas capacidades en la resolución de problemas de manera armónica y empática, proporcionándoles las habilidades necesarias para abordar con éxito los desafíos, y aprovechar las oportunidades que ofrece el entorno, y por supuesto, con la valentía y la preparación suficiente para liderar el camino de la humanidad.