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Analistas 12/03/2024

La violencia está de moda

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

¿Qué está pasando en el mundo? ¿Qué pasa en las esquinas en donde ronda el miedo? En las calles en donde transita la permanente incertidumbre, en las historias comunes que se repiten sobre atracos, robos y maltratos? Parece como si nos moviéramos en un callejón sin salida. Tal vez en las últimas semanas hemos sentido más ansiedad y pánico que antes por las crecientes noticias que hablan de la inseguridad en Bogotá. Es una sensación de vacío, desazón y desesperanza, diría que despertamos poco a poco a una realidad que hemos querido ignorar por años porque nunca nos había tocado tan de cerca. Es una violencia flagrante que hace que todo transeúnte sea un potencial enemigo.

Aquí no repetiré las cifras que actualizan todos los días los medios como tampoco haré honor al inventario de hechos insólitos que acaparan la ciudad. Siento que lo está en juego es una especie de ansiedad colectiva que ha despertado en odios y cavilaciones, en confusión y hastío y es porque esa inseguridad cuya arma es la violencia se presenta como una oleada que llega de manera inesperada y se va en un instante de tiempo, dejando una estela de especulaciones y temores que nos tienen en una desesperanza colectiva.

Parece como si nuestra capacidad de disfrutar, la paz y la libertad hubieran sido secuestradas. Es difícil no afectarse, el miedo es una consecuencia de la inseguridad y la inseguridad es una consecuencia del miedo. Pero siento que al mismo tiempo nos cabe responsabilidad en lo que sucede. La medios han convertido las noticias en un tren interminable que transita las redes sociales a diario, los robos y la violencia son parte de nuestras conversaciones cotidianas tan inmediatas como el saludo, el tema se ha convertido en una herramienta política para asumir posiciones en muchas ocasiones oportunistas. Estamos caminando en un callejón sin salida y ese tránsito duele porque nos sentimos impotentes e indefensos. Debo confesar que como a muchos me mueve una sensación de impunidad, veo una ciudad retorciéndose entre la violencia, el miedo y la confusión. Me veo con una ansiedad enorme de no poder disfrutar de un café en algún lugar de Bogotá mientras escribo un articulo y observo con curiosidad de escritora a sus comensales.

Ahora mi curiosidad se transforma en temor de la motocicleta que pasa al lado de mi carro, de la persona que se acerca a preguntar algo, del transeúnte en la calle. Esta es una dolorosa incidencia de la violencia, el fragmentarnos y dividirnos, volvernos personas inseguras en un entorno inseguro. Nos convertimos entonces en eslabón de esa cadena histórica de violencia social que rompe las paredes de nuestras casas para alimentar un estado permanente de ansiedad que nos hace agradecer cada vez que logramos sobrellevar un día saliendo a la calle. La ciudad se convierte en una travesía inhóspita que debemos acometer. Y en medio de este caos los pensamientos de muchos padres y madres que observamos impotentes la clase de ciudad que están experimentando nuestros hijos. Este factor multiplica por un millón un delirio de persecución inevitable.

Despierto con estas ideas rondándome la cabeza ya desde hace días y pienso no en encontrar culpables sino en exhortar realidades. Requerimos acciones concretas e inmediatas. Cada uno en lo suyo. El gobierno local debe reforzar la seguridad y hacer cumplir las leyes, tienen el deber moral de devolvernos a nuestra ciudad como espacio de encuentro, de construcción de relaciones y cultura, de disfrute del ocio. Los comerciantes deben revisar sus protocolos de seguridad y reforzarlos para adaptarse a una nueva realidad y acoger con seguridad a sus visitantes. Los ciudadanos debemos cuidarnos unos a otros, exigir que el gobierno haga su trabajo, no dejarnos acorralar por el miedo y entender de dónde viene esta desgarradora violencia que ahora es tendencia y porque no decirlo moda. Ojalá tuviéramos el mismo ímpetu que ponemos a solo hablar del tema para encontrar soluciones a las raíces del problema. Mientras tanto la violencia e inseguridad emergen y nos duelen. Bogotá es una ciudad compleja y polifacética. Las realidades pueden ser desconcertantes: según la Defensoría del Pueblo el desplazamiento forzado masivo y el confinamiento llegó a 121,000 personas en 2023. Según informes económicos el desempleo en Bogotá bajó en los últimos años para situarse en 9,2% con una reducción importante en la informalidad. Y según la Secretaría de Desarrollo Económico de Bogotá hubo una reducción de 3,7 puntos porcentuales en el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), pasando de 7,5% en 2020 a 3,8% en 2022. ¿Y entonces?

Estas son sólo algunas cifras desconcertantes de las tras escena de nuestra ciudad que hacen aún más difícil de entender este fenómeno violento que estamos experimentando. En este momento de desazón me llega esta frase que sirve de metáfora “La violencia es un animal incontrolable que suele terminar atacando a su propio amo”, Renny Yagosesky.

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